Por 43 votos fue nombrado el líder sindical Cristián Cuevas como candidato de la Lista del Pueblo. Sí, de alguna forma había que tener una candidatura que realmente “representara al pueblo”, no como la de Boric y Sichel, cuya votación de 3 millones de personas no era representativa.
El problema vino después. Y también vino antes y durante.
Después, porque el jueves pasado la Lista del Pueblo cambió de opinión, dando a conocer a sus tres precandidatos presidenciales, entre los que no se encuentra Cuevas. “Compañeros, compañeras y compañeres en la lucha, hoy daremos a conocer las condiciones y plazos de esta consulta ciudadana que LLDP está abriendo a todo el mundo independiente”.
¿Y qué pasó con Cuevas? El pueblo lo bajó. Tal como lo subió: entre cuatro paredes.
El problema venía de antes, porque —de acuerdo a Ciper— se detectaron 24 boletas y facturas de familiares directos de los candidatos incorporadas en rendiciones millonarias.
Y el problema continúa, porque un comunicado de prensa publicado por “La Lista del Pueblo en Resistencia” afirmó que dentro del movimiento hay prácticas “antidemocráticas, fascistas y patriarcales”. “Tenemos la total convicción que la Lista del Pueblo debe ser refundada por el Pueblo, sin amarres ni privilegios a fundadores, eliminando la corrupción incipiente”, explican.
O sea, la pureza de la Lista del Pueblo, en contraposición a los partidos políticos a quienes denostan, duró bastante poco, cayendo en las mismas malas prácticas —o peores— con cuatro precandidatos en una semana, primarias falsas, facciones, nepotismo y la vieja cocina.
Todo lo anterior no es más que una muestra ferviente respecto del rol insustituible que tienen los partidos políticos y es una muestra, también, de que esta fascinación por los “independientes” que estamos viviendo en Chile no solo es absurda, sino que es el mayor amarre de Pinochet. Durante 17 años Pinochet se dedicó a hablar en contra de los “señores políticos” y a denostar a los partidos para propiciar las “corrientes de opinión”. Pues bien, más de 30 años después, gran parte del país ha caído en la trampa, resaltando a los independientes por sobre los partidos, sin darse cuenta de que cuando dos o más independientes se juntan dejan de ser “independientes” por definición.
Adicionalmente, lo vivido por la Lista del Pueblo nos muestra la pulsión de la izquierda radical por generar divisiones y subdivisiones, como ha sido siempre a lo largo de su historia. En la Europa de los años 60 se contaba un viejo chiste que decía: ¿Qué es un trotskista?: Un partido político. ¿Dos trotskistas?: Un partido y una corriente. ¿Tres trotskistas?: Un partido, una corriente y una escisión. ¿Cuatro trotskistas?... Nunca han podido convivir cuatro trotskistas.
Pues bien, algo de eso estamos presenciando en estos días.
A ello se agrega el secuestro de la denominación “pueblo”, donde se asume una homogeneidad que no es tal. En el pueblo conviven ateos, católicos y evangélicos, de derecha y de izquierda, del Colo Colo y de la U, conservadores y liberales. Así, “pueblo” somos todos, y arrogarse su completa representación es tan antiguo como falaz.
La única forma de darle unidad al concepto pueblo es aquella aventurada por Marx en torno a darle la condición de oprimidos frente a un opresor. Así, todos los oprimidos conformarían la denominación de “pueblo”, negando la existencia de la “clase media”, ya que ello rompe el concepto de lucha entre dos clases. Dialéctica que no solo no se sustenta, sino que ha demostrado su incoherencia.
En el intertanto, en la Convención Constitucional hemos sido testigos de la intransigencia, de la radicalidad y de la intolerancia de los “representantes del pueblo” que, desde ya, ponen en severo jaque la aprobación de una nueva Constitución por parte del país.
Ha quedado claro entonces que la Lista del Pueblo no representa al pueblo, sino que a una parte de él. Ha quedado claro que la Lista del Pueblo no representa a los independientes, sino que es un partido político de facto. Ha quedado claro que la Lista del Pueblo ha aprendido las malas prácticas con gran rapidez.
Ahora no queda más que esperar que el país refuerce el valor de los partidos políticos, de la representatividad y del valor de la moderación. Mientras tanto, tal vez vale la pena recordar al viejo Voltaire: “Yo conozco al pueblo: cambia en un día. Derrocha pródigamente lo mismo su odio que su amor”.