En la perspectiva de la primera vuelta presencial de noviembre de este año se consolidan los grandes competidores: en la izquierda, claramente el ganador de la primaria, Gabriel Boric, respaldado por el Frente Amplio y el Partido Comunista; en la derecha, Sebastián Sichel, respaldado por los partidos de dicho sector.
A estas dos candidaturas consolidadas las amenazan en su potencial electoral tanto la candidatura presidencial de la Lista del Pueblo, en la izquierda, como la candidatura presidencial del líder del Partido Republicano, José Antonio Kast, en la derecha. Se consolida, asimismo, a partir de la primaria del 21 de agosto, la opción de la centroizquierda para noviembre, sea esta encabezada por Paula Narváez, Yasna Provoste o Carlos Maldonado.
Para efectos de la transparencia, les digo a mis lectores que en esa primaria votaré por Paula Narváez. En el caso de este bloque también puede ser amenazado electoralmente si se presenta la candidatura del líder progresista, Marco Enríquez-Ominami, si la decisión del Tribunal Constitucional le permite ser candidato presidencial en los próximos días.
En mi opinión, la opción de la centroizquierda es viable política y electoralmente si supera con experiencia y autocrítica los 24 años que esta coalición estuvo en La Moneda. Veinte años como Concertación de Partidos por la Democracia y cuatro años como Nueva Mayoría. No es creíble la opción presidencial de la centroizquierda si no elabora frente a la ciudadanía un relato de su experiencia en La Moneda de 24 años de los últimos 31 años. Ese relato, en mi opinión, debe afirmarse en los incontrastables logros obtenidos por dicha fuerza política que establecen, a través de indicadores objetivos, que el Chile del 2021 es mejor para vivir que el Chile de 1990. Con la misma fuerza se deben explicar a la ciudadanía tanto los obstáculos institucionales, políticos y fácticos que impidieron un mayor avance como, asimismo, las vacilaciones e indefiniciones sustantivas de parte de este bloque político en los sucesivos gobiernos.
El principal logro histórico de la Concertación y la Nueva Mayoría fue la reducción de la pobreza en Chile, elemento identitario relevante de una fuerza de centroizquierda. Transitar desde un Chile administrado por la dictadura cívico-militar de derecha que, al abandonar el poder el 11 de marzo de 1990, nos legó el 38,8% de los chilenos viviendo bajo la línea de la pobreza, a un 8% el 2020 antes de la pandemia.
En cualquier parte del mundo ese avance constituye un hecho histórico, político y social relevante. Asimismo, los avances en salud y sus respectivos indicadores en educación, particularmente en el segundo gobierno de Michelle Bachelet; en vivienda, donde transitamos desde un millón de viviendas en déficits en 1990 a medio millón en la actualidad; en previsión, donde el aporte del Pilar Solidario fue sustantivo para iniciar el debate de un nuevo sistema previsional tras el fracaso de las AFP; en lo laboral, con sucesivas reformas que han permitido elevar la tasa de sindicalización en la actualidad a un 20% de la fuerza de trabajo; en salud, con la primera política pública de carácter universal que fue y es el AUGE; en lo institucional, abriendo dos candados del legado de Jaime Guzmán: el candado de los senadores designados y el candado del sistema electoral binominal; en materia de las libertades y del respeto al individuo en sus decisiones, abolición de la censura, abolición de la pena de muerte, Ley de Divorcio, Ley de Filiación, Ley de aborto en tres causales, etc.; en materia internacional, con la incorporación plena de Chile al mundo democrático internacional, abandonando el club de los países parias antes de 1990; sería interminable la cantidad de avances que logró la centroizquierda en sus dos versiones, Concertación y Nueva Mayoría, para mejorar la vida de los chilenos y chilenas en esos 24 años.
Sin embargo, también hay que explicar qué elementos fueron un obstáculo para avanzar y correr el cerco hacia una sociedad más justa e integrada. El principal obstáculo fue la derecha política, económica, cultural y mediática, que nos hizo una oposición feroz desde el primer día de 1990 y cuya máxima expresión fue el libro denominado “El desalojo”. Esta obstrucción por parte de la derecha se sostenía y se sostiene en los candados de la Constitución de 1980, cuyo ideólogo, en un notable avance de sinceridad, sostuvo que de lo que se trataba era que si la oposición en el futuro gobernaba no pudiera hacer cosas muy distintas a lo que ellos creían. Para lograr dicho objetivo la derecha montó cuatro barreras: primero el sistema binominal, donde la minoría empataba en el Parlamento con la mayoría y que nos demoramos 25 años en abrir esa barrera para pasar a un sistema proporcional; la segunda barrera fueron los senadores designados que impedían la mayoría en la Cámara Alta, ese obstáculo demoró 15 años en derribarlo y siguen vigentes, por ahora, los altísimos quorum en los trámites legislativos; y finalmente, como si todo lo anterior fuera poco, los fallos del Tribunal Constitucional.
Para los que vivimos ese período en funciones importantes nos parece insólito que hoy día la derecha reivindique y valore nuestros gobiernos, cuando en la práctica hicieron todo lo posible para obstaculizarnos. La centroizquierda también debe explicarle a la ciudadanía por qué no se avanzó más.
Finalmente, también tenemos que hacernos la autocrítica de que junto a los obstáculos señalados también existieron vacilaciones en nuestra dirigencia gubernamental y en los partidos de la coalición. Muchos de nuestros compañeros, camaradas y correligionarios con tareas relevantes de gobierno —es mi opinión— se fueron “enamorando” de un sistema que permitía que el país creciera y se disminuyera la pobreza, pero no se dieron cuenta simultáneamente de que dichos elementos positivos si no iban acompañados de una reducción mayor de la desigualdad transformaban a la sociedad en ingobernable, como lo testimonió el 18 de octubre.
La centroizquierda será una opción en noviembre si reconoce con orgullo lo logrado, desnuda a la oposición de la derecha y se autocrítica las debilidades, vacilaciones e indefiniciones argumentadas.