Joe Biden está bajo ataque por su gestión internacional. Se confiaba en su experiencia como vicepresidente de Obama —y también como presidente del poderoso Comité de Relaciones Exteriores del Senado— y en la entusiasta acogida recibida de líderes mundiales; 16 veces había visitado América Latina, dos a Chile.
Su credibilidad internacional, según muchos, ha quedado destrozada por el precipitado repliegue de las tropas en Afganistán. Contra la opinión del secretario de Defensa, altos mandos militares y senadores, y en medio de negociaciones estancadas con los talibanes, en vez de postergar el repliegue, lo aceleró. No consideró el rápido control territorial por los talibanes ni sus repercusiones para los afganos que luchaban junto con los norteamericanos, y menos las implicancias en la violación de los derechos adquiridos por mujeres y niñas, para estudiar, trabajar y vestirse libremente. Anunciando atolondrado retiro, en semanas, los talibanes controlan dos tercios de su país y se encuentran a las puertas de Kabul, la capital.
El tardío intento para controlar la humillación de la huida llevó al envío, a última hora, de miles de soldados para velar por el regreso de civiles norteamericanos y asesores afganos. Nada parecido sucedió en la guerra entre talibanes y soviéticos. Entonces estos, aunque debilitados, a finales de la URSS, fueron capaces de retirarse con alguna pausa y dignidad. El caótico desenlace impactó en la moral de los afganos combatientes contra los talibanes y es una inquietante señal a los aliados de Estados Unidos, especialmente para los países bálticos y Ucrania, amenazados por Rusia y Taiwán, y circundantes del Mar Meridional del Sur de China.
Aunque no cabe sino elogiar los esfuerzos de Biden para restablecer las relaciones con sus socios europeos, corresponde preguntarse qué obtuvo de su encuentro con Putin. Cedió el veto al gasoducto Nord Stream 2, que aumenta la dependencia alemana y europea del gas ruso, mientras el líder opositor Navalny sigue preso, permanecen las amenazas rusas sobre Ucrania y los bálticos, y el prometido tratado para limitar los misiles nucleares continúa pendiente.
Latinoamérica es otro motivo de decepción de Biden. Escasa atención ha prestado a las agravadas situaciones de Cuba y Venezuela. Su interés se limita a México, por su vecindario; al triángulo norte de Centroamérica, Guatemala, Honduras y El Salvador, por el desborde migratorio; y a Brasil, como potencia mundial.
Obama, en su visita a Chile en 2011, proclamó en La Moneda: “En América no hay socios mayores y menores, solo socios iguales”. Su carisma, biografía y oratoria, de las que carece Biden, nos hicieron aplaudir. Poco pueden esperar de Biden sus aliados del mundo libre. Algo parecido Chile, hace ya más de 4 años sin embajador de Estados Unidos, vacío que puede polongarse muchos meses si el Senado no pone en tabla su nominación, y tendrá motivos por los fracasos diplomáticos.