Lionel Messi regaló una de las postales más emotivas del último tiempo al despedirse oficialmente del Barcelona, el club que lo formó, que lo catapultó a la fama, que lo llevó al trono mundial y al que él hizo, sin duda, el más grande, brillante y ganador de las últimas décadas.
Pero mucha gente no creyó en las lágrimas de Messi y eso no es extraño: hay quienes nunca le reconocerán nada (ni lo que llora), porque el jugador argentino jamás ha caído en la dinámica maldita de construir una imagen falsa para hacerse de incondicionales. Messi es como es nomás. Callado, poco empático. No es como Pelé, que trata de caerle bien a todo el mundo, o como era Diego Maradona, quien se erigía como “la voz de los sin voz”, aunque muchas veces no estuviera a la altura de las circunstancias y cayera en contradicciones. Messi simplemente ha sido un gran jugador. El mejor de su tiempo. Uno de los mejores de la historia. Y no tiene otras pretensiones. Ni ahora, ni antes y, de seguro, en lo que queda de carrera.
Y es por esa sola razón que el llanto de Messi es auténtico. Porque, sean cuales fueren las causas verdaderas de su partida del club catalán (monetarias, sin duda, pero también complementadas con una pizca de fastidio y desmotivación), el trasandino y su club de siempre sienten de verdad esta separación, que significará, no caben dudas, el término de una etapa, de un ciclo futbolístico virtuoso que, quizás, ni Messi ni Barcelona (ni quizás los que tuvimos el privilegio de verlo) volverán a vivir.
Es que esta relación construyó la que ha sido hasta ahora la relación más exitosa entre un jugador y su equipo. Una sociedad perfecta. Messi será recordado por todo lo que ganó individual y colectivamente en el club, y Barcelona explicará siempre que su mayor gloria institucional la alcanzó durante la estadía de su estrella máxima.
¿Quiere decir, entonces, que ni uno ni otro podría volver a ser lo que fue mientras estuvieron juntos?
Es posible que así sea.
Messi, a los 34 años, tiene pocas batallas que dar en su carrera. De hecho, quizás la principal no tiene que ver con mantener su brillo personal en el club donde finalmente fichará, sino con su deseo íntimo y más profundo con la selección argentina: ganar el Mundial de Qatar, su última lucha como futbolista a ese nivel.
Los catalanes, en tanto, deberán pasar por un período de duelo y reconstrucción para volver a ser lo que fueron de la mano de Messi. Los culés tienen talentos por montones en sus series menores, muchas ganas e ideas sólidas e irrenunciables para ello. Y, cómo no, recursos para abastecerse de lo mejor que ofrece el mercado. Pero no será fácil siquiera igualar la ruta que los llevó a sus éxitos más resonantes. Encontrar a otro Messi no es algo que se dé con normalidad.
La historia, sin duda alguna, pondrá las cosas en su lugar.
Las lágrimas de Messi en su despedida puede que no hayan llegado al corazón de todos, porque el escepticismo a la hora de la evaluación de los sentimientos hoy es moneda corriente. Pero son el reflejo de una separación conversada y pactada, aunque dolorosa.
Algo se quebró definitivamente en el orden del fútbol mundial.
Da para dejar caer algunos lagrimones.