Llegará el día en que el balance de los Juegos Olímpicos pueda hacerse de manera desapasionada y racional. Y es que en Chile aún permanece la rémora del amateurismo en que cualquier crítica a la actuación de los deportistas es faltarle el respeto al tiempo dedicado, a la vocación incombustible, a la falta de apoyo y de recursos.
Lo cierto es que la sequía de medallas se prolonga y que la medida para el deporte chileno sigue siendo la continental, porque el ciclo olímpico parece lejano e inalcanzable. Las últimas preseas para nuestro país corresponden a deportes profesionales, que no recibieron ni recursos ni estuvieron sujetos a los planes del COCH, como el tenis y el fútbol. Hay que retroceder hasta Seúl para encontrarse con De Irruarizaga y antes que él a Merlbourne el 56 para encontrar chilenos federados en el podio.
Hubo una época en que los líos directivos, la corrupción administrativa, la ausencia estatal y la nula participación de los privados era un lastre que obligaba al esfuerzo personal, al talento desarrollado por dedicación propia a nuestros deportistas, eternizando la imagen de desprotección y abandono.
Como lo han demostrado muchos deportes a la largo de los años, los éxitos competitivos significan cobertura, auspiciadores, atención permanente. Es el caso de la gimnasia olímpica gracias a Tomás González, la natación con Kristel Kobrich o, ahora, el golf con Niemann y Pereira, que gozan del interés de la prensa y de los aficionados, que han aprendido y exigen una cobertura acorde con la popularidad que han adquirido.
Tras Tokyo 2021 y en la antesala de los Panamericanos —la más acariciada ambición del deporte chileno en las últimas décadas— ha llegado la hora de revaluar los procedimientos y volver a debatir sobre cuáles serán las políticas del alto rendimiento. Sabiendo que las errática cultura educacional de los últimos gobiernos nos privó de más clases de educación física, de competencias reales a nivel de los colegios fiscales o de la búsqueda de talentos encabezada por las federaciones.
Nadie podría hacer un balance optimista de esta actuación. Y hay que levantarse rápido porque la próxima valla está instalada en el 2023. En el cómo y a quién se les asignarán las prioridades está el desafío del COCH, que requiere de parámetros más exigentes para evaluar sus esfuerzos y, sobre todo, de una modernización y jerarquización de los estándares.
Las quejas prioritarias de nuestros deportistas estuvieron centradas en la salud mental, por ejemplo. Dos candidaturas a medallas —remo y halterofilia— se cayeron por esa razón, lo que requiere reconsiderar la atención sicológica de quienes tienen la obligación de revertir la historia sin estar sometidos constantemente a la presión de la alta competencia.
Hay que valorar el sacrificio de llegar y el esfuerzo de estar, pero la ausencia en el medallero obliga a detenernos y mirar. Algo no está saliendo como quisiéramos.