“A mí, si me preguntan, diré que me pasaron cosas que no sabía explicar, y sentimientos a los que no sabía poner nombres, si era bueno o malo y cuando lo supe ya era muy tarde. El daño es como un tumor: si uno lo identifica pronto y lo ataca quizá pueda salvarse, pero si no lo reconoce y sigue como si nada, cuando se da cuenta, ya es tarde para cualquier cosa. Es como meterse dentro de una hoguera; si no sientes calor, habrá un momento en que incluso puedes sentir gusto, quizá en el momento justo antes de arder. Yo solo ahora he empezado a odiar y ni siquiera estoy muy convencido. Eso es lo peor de todo. Lo peor es que te pasan cosas cuando eres niño que tú no sabes qué son, y cuando te lo dicen, ya no te queda odio, solo una pena enorme. Y bien sabe Dios que es más peligrosa la pena que el odio, porque el odio, puede destruir lo que odias, pero la pena no lo destruye todo”.
Quien así se expresa es Mr. Tamburino, Tambu, un niño de diez años que se encuentra a su padre tirado en la habitación y conoce a Elvis, un nuevo compañero de curso. Por primera vez descubrirá el amor y la muerte, por más que esto sucederá de una manera íntegramente distinta a aquella que él pensaba. Ambos, Tambu y Elvis, vivirán, unidos los días postreros de la niñez, una bella, inocente y tórrida historia de amor, la época por la cual todos, de una forma u otra, pasamos, ese tiempo cuando te pueden prohibir, de innumerables formas, saber, pero resulta imposible que se te prohíba intuir, que se te excluya con crueldad, del entorno social en el que creciste, o quisiste crecer.
El pasaje antes transcrito se encuentra al comienzo de Malaherba, última novela de Manuel Jabois (1978), quien comenzó su carrera como periodista de diversos medios escritos, audiovisuales y radiales. Ha publicado Irse de Madrid (2011), Grupo salvaje (2012), Manu (2013) y Nos vemos en esta vida o en la otra (2016), sobre el atentado en la Estación Atocha perpetrado el 11 de marzo de 2004, que marcó un antes y un después en la política hispana.
El nombre Malaherba viene de alguien secundario, un oficial cuyo hijo sufre el mote hijo de malaherba, la cizaña, la maleza. Si bien al héroe narrador del volumen ya lo identificamos, el texto tiene tantos actores, que es inevitable que el lector se pierda de una página a la siguiente. Aparte del cuarteto principal de Tambu, su hermana Rebeca, Elvis, su hermana Claudia, hay tantos más que, al finalizar Malaherba, uno queda mareado ante tal multitud.
Sin conocer toda la producción de Jabois, en Malaherba se advierte un estilo seguro, poético, coloquial y culto, rico, pintoresco y, sobre todo, una fina sensibilidad para captar los matices de la infancia en dos niños, Tambu y Elvis, que experimentan un inusitado y solitario romance, descubriendo las cosas terribles que se hacen con cariño, todo ello compuesto con ironía y una prosa rápida, que, de modo gradual, conduce al cuarteto de jovencitos que ya hemos individualizado, al borde mismo de un mundo nuevo.
Malaherba jamás podría ser el variopinto conjunto de aventuras singulares, españolísimas, contadas ora en gallego, ora en castellano, en un lenguaje que parece el peculiar don de Jabois, quien muestra un raro refinamiento en este ejemplar, que nos da a conocer a un literato antes ignorado entre nosotros. Así, describe, con tino y finura, las relaciones entre parientes y amigos, entre íntimos y desconocidos, entre hombres y mujeres que poseen un larguísimo recorrido, desde la España franquista, hasta los tiempos oscuros de los cincuenta, con la irrupción de la radio y la televisión —dicho sea de paso, Elvis no se llama así por el famoso cantante, sino por un oscuro narrador nórdico de nombre Elvis Krâgell—, la creación del turismo masivo, la llegada de la democracia.
Jabois está singularmente dotado para retratar, con una rara emotividad muy masculina, el clima y ambiente de Pontevedra, la sexualidad infantil y juvenil, tanto en chicos que comienzan los ritos de la masturbación, como en chiquillas que, poco a poco, sin darse del todo cuenta, ajenas a cuanto acontece alrededor de ellas, principian sus peregrinajes sentimentales, sus recorridos autoeróticos, el sentir vicario de amores y amoríos originado en los folletines impresos o audiovisuales; en fin, ese interminable peregrinaje que significan o en su tiempo significaron, la lectura de fotonovelas, las películas romanticonas del Hollywood de los cincuenta y sesenta, lo que fue y sigue siendo, la trayectoria sentimental femenina.
En última instancia, Malaherba es el retrato de un rincón geográfico poco explorado en las letras españolas, de un grupo de personas enfrentadas de la niñez a la era adulta, de muchachos que viven algo que no entienden e ignoran en qué consiste, pues el daño se ha instalado en sus existencias.