No hay mejor manera de evaluar si un equipo tiene funcionalidad y fondo futbolístico, entendidos estos conceptos como aquellos ejes básicos impuestos por el cuerpo técnico y ejecutados por los jugadores, que constatar de qué manera esas escuadras enfrentan e intentan resolver sus partidos.
Es un ejercicio interesante.
Italia, reciente campeón de la Eurocopa, logró imponerse porque a lo largo de todo el torneo demostró tener una idea de juego. Más allá de las individualidades que obviamente tuvo, la escuadra de Roberto Mancini presentó un sello sustentado en la elasticidad para reformularse tácticamente de acuerdo a las circunstancias del juego. Su marca, en verdad, era no tener marca. O, mejor dicho, tener la capacidad de adecuarla, de acomodarla.
¿Quiere decir esto que solo los equipos que logran estos niveles de funcionalidad son los que ganan? No. Y es cosa de ver otro ejemplo: Argentina campeón de América. Pese a que muchos han señalado que uno de los méritos del DT Lionel Scaloni fue, precisamente, darle un fondo futbolístico al equipo, lo cierto es que no hubo tal transformación.
Lo que hizo que los albicelestes se impusieran en Brasil fue la construcción de un circuito colectivo que liberó a Messi de extrema cuota de participación. Pero Argentina siguió dependiendo de él, de su individualismo, de su genio. Y ganó.
El tema es traspasable al plano local.
El clásico universitario fue la lucha entre dos equipos carentes de fondo futbolístico, lo que derivó en una batalla de individualismos. Larrivey, por el lado de la U, y Zampedri, por el de la UC, eran las únicas armas reales y potentes de definición. No había más.
Ninguno de los dos entrenadores ofrecieron otras opciones válidas en el juego colectivo. Esteban Valencia se aferró a los pelotazos largos de Espinoza y de Sandoval y la aparición discontinua de sus laterales, mientras que Gustavo Poyet apostó a una poco productiva recuperación alta y rápida, pero carente de creatividad y de decisión en los metros finales.
En esta dinámica, ganó Larrivey. Y por extensión, ganó la U.
El partido que cerró la jornada dominical fue, en eso, muy distinto.
Melipilla, conducido de manera hábil por el DT John Armijo, complicó a Colo Colo no solo por la velocidad de sus atacantes, sino que esencialmente por la manera en como impuso su forma de juego. Los primeros 60 minutos de partido fueron una declaración de principios del equipo melipillano en cuanto a propuesta de contención, control, salida, distribución y concreción.
Y qué decir de los albos que, con el correr de las fechas, ganan cada vez más funcionamiento colectivo. El DT Gustavo Quinteros ha logrado una matriz colectiva interesante que tiene, además, una gran gracia: se adapta a las circunstancias de juego y permite que se distribuya equitativamente el peso de las responsabilidades.
Claro, esto no sería decisivo si no tuviera también cierto grado de talento. Pero igual es meritorio. Y, a la larga, posiblemente más sostenible en el tiempo que la simple apuesta individual.
Pero claro, nada es matemático ni científico en el fútbol.