Simone Biles es la mejor gimnasta de la historia, pero no pudo con el estrés de un año brutal. Meses de entrenamiento solitario, aislada en la villa olímpica, juegos en estadio vacío, todo le pasó la cuenta. “Mi cuerpo y mente no están conectados”, declaró al explicar su abandono de la competencia por equipos en Tokyo. Se entiende. Físicamente estaba preparada, pero mentalmente no estaba al 100%. Ha sido un período para el olvido. ¿Cómo andamos por casa?
En todo el mundo, la pandemia ha significado un deterioro en la salud mental de la población. En los EE.UU. se estima que 4 de cada 10 adultos han mostrado signos de depresión o ansiedad en 2021 (eran 1 de 10 en 2019). En la golpeada Italia, cerca del 60% de los adultos sufre trastornos del sueño y se estima que la cifra alcanza el 36% a nivel global. La problemática es de tal magnitud que gatilló una mayor demanda global por pastillas para dormir y ansiolíticos. De hecho, este año en Chile se ha reportado escasez de ese tipo de drogas en farmacias, mientras Cenabast ha aumentado las compras del Estado de antidepresivos.
Junto con la obvia inquietud individual por el contagio, ¿causa el confinamiento o la crisis económica que lo acompaña (pérdida de empleos y/o ingresos) tal deterioro en la salud? La difícil pregunta es clave para las políticas públicas y datos del Reino Unido comienzan a dar luces.
Allí, el teletrabajo se multiplicó siete veces en cuestión de semanas, dando continuidad laboral a miles en 2020. ¿Fue suficiente? No. Incluso entre quienes trabajaron desde casa se observó un deterioro en la salud mental relativo a un grupo de control que trabajó en oficinas, empresas o fábricas. Entonces, si bien depresión y otros trastornos crecieron entre desempleados e inactivos, se concluye que la pandemia golpeó incluso cuando no hubo alteración de la situación financiera del hogar. Y otro dato importante: independiente del estatus laboral, a mayor interacción social durante el período, ya sea en persona o virtual, mayor la mitigación de los efectos negativos de la pandemia sobre la salud mental. Valiosa pista para diseñar estrategias que apunten a remediar estas secuelas.
Para Chile este es un tema crítico. Y no solo me refiero a la angustia adicional que genera el realismo mágico que con frecuencia asoma en la Convención Constitucional —esta semana fue visitada por Pikachu y un dinosaurio—, sino al hecho de que ya antes del arribo del covid el país aparecía arriba en los rankings mundiales de enfermedades psiquiátricas. Ante eso, uno esperaría que largas cuarentenas y restricciones de movilidad multiplicaran y profundizaran ese tipo de afecciones.
El asunto, sin embargo, parece no preocupar a la política pública. ¿Cómo mitigar dichas consecuencias de la pandemia? ¿Cuidar la salud mental a través de la reformulación de programas sociales? Miles de millones de dólares mensuales en ayudas, pero de esto poco se habla. El riesgo de tal distanciamiento es grande. El costo social de una generalizada desconexión de cuerpo y mente es inmenso. El Estado no puede mirar tal problemática desde las gradas.