Los Juegos Olímpicos se disputan contra viento y marea. Tribunas vacías, severas restricciones a los atletas y prensa acreditada son el testimonio de un escenario inédito en el que todos remaron para el mismo lado, porque primó la voluntad del bien superior.
Nunca cayó mejor la frase burlona de las hinchadas futboleras, que dedican a los rivales el cantito “y ya lo ve, y ya lo ve, es para Zutano que lo mira por TV”. El planeta tuvo que observar la fiesta ecuménica del deporte por televisión, aunque en este lado del planeta YouTube se encargó de abrir el panorama para que cada uno eligiese la disciplina que le apetece.
En Chile, TVN dispone de los derechos de transmisión para la televisión abierta. A diferencia de otras ediciones, no hubo cadenas de televisión pagadas que proporcionaran un abanico más amplio. Entonces, el público tuvo que seguir la definición editorial de la señal estatal, que como en muchas ocasiones, responde a las perversas obligaciones que emanan de su estructura jurídica. En síntesis, como debe autofinanciarse, Televisión Nacional depende del rating, porque su viabilidad posee un correlato comercial. Por eso, mientras en Tokio 2020 bulle la actividad, en Chile esperamos que concluya la teleserie Hercai, que con seguridad marca puntos y apuntala las finanzas.
Ninguno de los integrantes del área deportiva tiene la culpa. Ellos hacen su mejor esfuerzo e incluso efectuaron un loable trabajo de producción para tener especialistas en cada una de las disciplinas, sobre todo en las que compiten los atletas nacionales. En rigor, la norma jurídica del canal también les falta el respeto a ellos. Esta lógica explica que las disciplinas exhibidas son siempre las mismas y los deportes colectivos casi no tienen espacio. Hay que pelear punto a punto con la competencia.
Lo descrito nos lleva al tema de fondo, que el Comité de Defensa de la Televisión Pública (CDT) plantea en distintas instancias políticas y académicas. ¿Cuál es el rol de TVN o quizás de un futuro y necesario Sistema de Medios Públicos? Cualquier democracia que se precie de tal requiere una organización que informe, entretenga y eduque. Pocas actividades poseen tantos atributos y valores como el deporte. Mostrarlo en su amplia dimensión sería maravilloso para nuestros niños y adolescentes.
Cuando el país discute la Constitución que nos regirá para el resto de este siglo, el rol del Estado entra en acción. No sería un despojo que se garantice al acceso de la población a los megaventos deportivos a través de su Sistema de Medios Públicos. Los mecanismos para efectuarlos son variados y no caen en la expropiación, como algunos pudieran creer. En esta misma línea, suena razonable que los derechos de radio para los mundiales y cualquier representación nacional (se incluyen los Juegos Olímpicos) sean liberados. No se niega el pago de las posiciones de comentarista en los recintos, pero restringir a una emisora de Iquique, Valparaíso o Punta Arenas, a las que es imposible pagar las cifras que se exigen, suena a despropósito.