La epidermis está muy delicada en estos días y hay que tomar recaudos a la hora de constatar que los chilenos han tenido resultados opacos en los Juegos Olímpicos de Tokio.
Hay mil explicaciones, todas plausibles y sensatas. ¿Quién podría exigirles una medalla a esos deportistas, habiendo llegado a Tokio como llegaron, desde una de las zonas más golpeadas en el mundo por la pandemia? ¿Quién podría reprocharles terminar en el lugar 20, 34 o 40 si nunca han logrado podios mundiales o sus marcas están a años luz de la élite?
Pero eso no impide preguntarse por qué Chile no ha logrado una sola actuación por sobre lo esperado. No hablamos de una presea, pero sí algo para atesorar, como los cuartos lugares de Tomás González en Londres 2012, el quinto puesto de Bárbara Riveros o la sorpresiva irrupción de Ricardo Soto en Río 2016.
¿Hay falta de apoyo, como alegan los que se engrifan cuando se critica algún resultado? ¿Solo las propias familias han invertido en estos jóvenes que viajan a representar el país al Lejano Oriente? ¿Acaso Farkas?
Obvio que no: 250 millones de dólares de gasto total entre 2017 y 2021 indican exactamente lo contrario. Esa voluminosa cifra es la que resume el cúmulo de apoyos entregados principalmente por el Estado a todo el alto rendimiento. No es una bicoca: son 3.200 millones de pesos mensuales. Ningún deportista de la élite hace rifas para viajar a sus competencias, tampoco pasan pellejerías en sus viajes; todos tienen algún grado de ayuda. La beca Proddar hasta incluye el pago de un seguro médico y hay 25 jefes técnicos contratados a tiempo completo para cimentar los procesos.
Así llegaron a Tokio los 58 clasificados. Y transcurrida una semana del comienzo de la cita, todavía quedan algunas cartas por jugar: están Joaquín Niemann, Macarena Pérez, María José Mailliard…
Pero ninguno de ellos es favorito, como tampoco lo eran Nicolás Massú y Fernando González en Atenas 2004, pero ese es otro cuento. Más allá de la tonelada de épica que tuvo la ruta de la dupla dorada hacia los dos únicos oros de la historia del país, ambos eran profesionales de primera línea en un deporte que les permitía ganarse los recursos para dedicarse a cabalidad, con técnicos y preparadores físicos apoyándolos.
Para que no fueran solo casos aislados como los de Massú y González los que pelearan por el podio, en 2006 nació el ADO Chile y luego el Plan Olímpico, que coordinaron los esfuerzos estatales y privados (con abrumadora mayoría de recursos fiscales, conviene decir) para que Chile no tuviese más sequías como la que sufrió entre Melbourne 1956 y Sídney 2000 (con la única interrupción del bronce de Alfonso de Iruarrizaga en 1988). De hecho, la propuesta original de ADO era ganar la primera medalla en Londres 2012… y acá estamos nueve años después esperando una sorpresa mayúscula para no completar tres ediciones sin podios.
El deporte olímpico nacional está mucho mejor que en 2004, es cierto, pero aun así es probable que el Team Chile solo se traiga de Tokio la imperiosa necesidad de borrar en los Panamericanos de Santiago su pálido paso por Asia.
Esa es la verdadera vara con que se medirá esta generación. Y ahí la mirada no puede ser indulgente.
Andrés Solervicens
Coordinador de Deportes