Los resultados de la encuesta Casen 2020, creada en 1987 para conocer con rigurosidad las condiciones sociales, han estremecido al mundo de la política. Chile retrocedió en desigualdad, revirtiendo una tendencia que, a pesar de lo que se dice, por casi dos décadas tendía a disminuir lenta pero sostenidamente. Los dedos apuntan, para variar, a la administración del Presidente Piñera, “la peor” en mucho tiempo.
A decir verdad, en estos ademanes se revela no poco de estulticia o mala fe. O ambas.
Es evidente: si la economía se contrae por cuarentenas absolutas, una masa enorme de la población va a ser tocada en lo profundo de sus necesidades. Se compara con las caídas de la crisis asiática (1998) o de la subprime del 2008, en las cuales las estadísticas revelan un golpe a los sectores de la base de la pirámide social. En otra época las respuestas eran mucho más limitadas, como programa tipo PEM (Empleo Mínimo), que llegó a simbolizar las caídas de 1975 y 1982. Para qué hablar de los resultados de la Depresión de los 30 del siglo pasado.
Hoy día el auxilio es masivo, sin logros mágicos, teniendo como modelo al moderno Estado social y las vías de intervención razonables de los gobiernos de los países desarrollados. En el resto, inevitablemente hay una escala descendente, culminando en los “Estados fallidos”, donde impera el sálvese quien pueda.
En Chile, mejor preparado que otrora, ha quedado el griterío, simbolizado por la aseveración de que La Moneda reaccionó solo con “ahorro, hiper-focalización y desconfianza en las personas”. Como si la picaresca no existiera, para perder toda inocencia habría que asomarse a la vida de los propios partidos políticos, de aquel de donde surgió esta jeremiada.
Es muy difícil juzgar cuánto efectivamente podría haberse gastado con mayor cantidad y rapidez para aliviar a todos los que estarían comprendidos entre los desprovistos, aun tragándose frescuras para no desfavorecer a los que no pueden protestar, y se adoptó la peor de las medidas, desarmar al sistema previsional con los 10%, atacando la base de la vida económica, que es el resguardo del mañana, y para colmo un sector de los favorecidos lo empleó en gustitos (plasmas y autos). Creo que el nudo del problema está en otra parte.
Supongo que las dudas del Presidente surgían de la conciencia de que se debía proteger los logros muy considerables de estas décadas; y que, a pesar de un optimismo algo apresurado a veces del Gobierno, en general se ha sido consciente de que la pandemia va para rato, en Chile y el mundo. Por favor, que alguna vez se mire más allá de la cordillera y del mar, es lo que se desarrolla en todo el mundo. El flujo y reflujo del virus y sus mutaciones durarán quizás uno o dos años más, como tantas veces a lo largo de la historia humana.
Es la razón por la que de ahora en adelante la tarea de esta administración y de la que le suceda será, quizás por años, mantener en pie la actividad económica y en marcha la educación, en lo posible presencial, con sus inevitables zigzags de cuarentenas limitadas y aperturas tentativas, en reiterado ensayo y error.
Volviendo a la Casen, es más que obvio que si se paraliza la economía, todos sufren, pero a los deciles de la base social les afecta mucho más que a los otros, en Chile y en todas partes. Habrá que superar o ignorar el empeño del Colegio Médico y del Colegio de Profesores con sus esfuerzos denodados por despedazar al Gobierno, no deteniéndose a pensar por un instante que lo único que puede mantener en pie al sistema de salud es que la economía lo alimente; y que pueda financiar a la educación, ahora semiparalizada; y a las contribuciones sociales destinadas al desempleo que se produzca por la caída.