El 8 de septiembre de 2019 apareció la primera parte de esta columna y fue porque la Agrupación de Ex Jugadores de Everton, que tiene su sede en la Población Gómez Carreño —se llama así por el almirante—, inauguró una cancha sintética y la bautizó con el nombre de Daniel Escudero, goleador de Everton, goleador absoluto en el torneo de 1964 y por todos conocido como “Negro” Escudero.
La razón de esta segunda parte y final, como de inmediato se explicará, se debe a que Escudero, a comienzos de semana, murió.
Fue a los 79 años y ya está enterrado en el Cementerio de Santa Inés y en el Mausoleo de la Agrupación de Ex Jugadores, entrando al camposanto, luego a la izquierda y hay que subir un poco, porque está empinado.
Escudero fue hincha de Everton, él y su familia. Estudió en la Escuela Básica 75 de la Población Vergara, aunque desde hace décadas vivía en Achupallas, por los altos de la ciudad. Y cuando era estudiante escuchaba en noviembre una melodía por el Mes de María, que brotaba de los parlantes amarrados a la cruz de la Parroquia San Antonio, a dos cuadras de su escuela. Con los terremotos la cruz se cayó, la música se detuvo y el párroco de entonces, Félix Ruiz de Escudero, se murió.
No eran parientes.
El goleador fue descubierto por Daniel Torres, back wing en el Everton campeón de los 50, después entrenador y ahora estaba empezando. Un martes lo vio en el Deportivo Estudiantes Independientes de la Asociación Viña del Mar, el jueves lo llevó a la reserva, lo hizo jugar el viernes (metió un gol) y el fin de semana lo contrataron con la moneda de la época: 35 escudos mensuales.
Para Escudero fue un dineral, en verdad al jugador nunca le sobró la plata, más bien le faltó, porque a tantos exjugadores, que además fueron goleadores, ya se sabe, las instituciones les ayudan poco. Las municipales, las deportivas, las culturales, las que sean. Poco y nada.
Los únicos solidarios y hermanos fueron los de siempre, los exjugadores y esa asociación que le puso su nombre a su cancha y aportó el nicho para el descanso eterno.
El otro Escudero, el cura, era de Vitoria y se murió de enfisema pulmonar en Madrid, pero en Viña del Mar fue un párroco combativo que vestido con una sotana de 60 botones les hizo frente a los barrios bajos de la ciudad y a los ruidosos clivajes de El Loro y La Tía María, que en coro le gritaban “¡Cuervo!”.
El buen cura celebró una misa en latín cuando Everton cumplió medio siglo: 24 de junio de 1959, y ese año Everton contrató al otro Escudero, el cabro de entonces, el de la Escuela 75 que se acaba de morir.
Torres también descubrió a Guillermo Martínez, que vivió entre Santa Inés, Achupallas y trabajó en Reñaca Alto.
Cada uno está en su nicho y los tres en el Mausoleo de la Agrupación de Ex Jugadores de Everton.
Ellos representan a la Viña del Mar profunda y genuina, que no tiene quien le escriba, nunca grandes libros, solo columnas menores, aunque tengan dos partes.