Jesús responde evocando al Siervo doliente del Profeta Isaías (52, 13; 53, 12) y expresa con claridad que su “servicio” tiene un carácter sacrificial, que ella y sus hijos no alcanzan aún a ver: “No saben lo que piden. ¿Pueden beber el cáliz que yo he de beber?” (Mateo 20, 22).
Los apóstoles efectivamente nos dirían que Jesús no se dejó servir: no hizo ningún milagro para ahorrarse un esfuerzo personal, ni calculó nunca su dedicación a lo demás. Lo suyo no era un oficio con horario, sino que estaba disponible cien por cien a su misión. Las santas mujeres agregarían: después de la multiplicación de los panes, Él mismo recoge las migajas, no quiere ser excepción y paga como todos los impuestos al César… Él mismo sabe cocinar.
Pero volvamos: ¿Por qué no saben lo que piden? Porque desconocen ¡qué quiere Jesús y cuál es su misión!: “el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos” (Mateo 20, 28). Este “servicio” pasa por beber el “cáliz de bendición” (Plegaria Eucarística I y III). Servir es llegar hasta el ofrecimiento de su vida, hasta la Cruz, hasta el Calvario.
Esto es así, porque su existencia tiene un carácter sacrificial: “dar su vida en rescate por muchos” (Mateo 20, 28). Así responde Jesús a Pilatos: “Para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad; todo el que es de la verdad escucha mi voz” (Juan 18, 37).
La Iglesia está lejos de las ambiciones humanas de la madre de los hijos de Zebedeo. Su misión es la misma de Cristo: “No se mueve la Iglesia por ninguna ambición terrena, solo pretende una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu Paráclito, la obra del mismo Cristo, que vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido” (Gaudium et spes, 3).
Señor, ¿qué debo decir hoy a los bautizados que me toca atender en la parroquia? Que den testimonio de mí. A dos mil años, Jesús nos vuelve a preguntar: ¿estás dispuesto a beber del cáliz junto a mí?
A un amigo que se quiera bautizar, ahora le diría: Ten presente que no van a respetar tu conciencia, que no podrás hacer objeción con ella cuando te impongan el aborto o la eutanasia. Serás tildado de intolerante porque afirmas que hay verdades que no pasan de moda. Te impondrán una ideología que niega lo que tus ojos ven y lo que tu sentido común te dice. Te impondrán un matrimonio igualitario y con tu amor no podrás marcar ninguna diferencia y si los contradices se ofenden y no dan motivos razonables. No podrás hacer pública tus convicciones, tienes que reservarlas en la clandestinidad… ¿quieres aún bautizarte?
La primera lectura nos muestra que somos herederos de hombres y mujeres que con su coherencia y unidad de vida transformaron esa pequeña comunidad en una multitud: “En aquellos días, los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor. Y se los miraba a todos con mucho agrado… ¿No les habíamos ordenado formalmente no enseñar en ese Nombre? —acusa el Sanedrín—. En cambio, han llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y quieren hacernos responsables de la sangre de ese hombre. Pedro y los apóstoles replicaron: Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres... Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que lo obedecen. Ellos, al oír esto, se consumían de rabia y trataban de matarlos” (Hechos 4, 33; 5, 29; 32-33).
¿Tú te atreves a amarlo de esa manera? La sociedad secularizada en que vivimos ya te ha puesto varias veces en la misma disyuntiva de los apóstoles… ¿Pudiste beber el cáliz que yo he de beber? (Mateo 20, 22).
“Se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos y se postró para hacerle una petición. Él le preguntó: ‘¿Qué deseas?'. Ella contestó: ‘Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda'. Pero Jesús replicó: ‘No sabes lo que pides. ¿Puedes beber el cáliz que yo he de beber?' Contestaron: ‘Podemos'”.
(Mt. 20, 20-22)