“Los sábados y domingos, cada vez que sonaba el despertador a las nueve de la mañana, ponía en duda mi compromiso, sobre todo si había salido la noche anterior. Por suerte, el sentido de la culpa o de la responsabilidad, siempre tomó posesión de mis actos: saltar de la cama a la ducha, peinarme con un moño o con pinche, meterme el delantal al bolso y partir caminando por la calle El Bosque para enfrentar sin chistar mi jornada de trabajo. Sabía todo acerca de ese recorrido que hice durante seis años, entre séptimo y cuarto medio. Sabía en qué casas me ladrarían los perros. De niña, al llegar al barrio, caminé asustada por todo, haciéndome la fea. Exageraba muecas en mi cara o me encorvaba a propósito para evitar ser atacada por gente desconocida. Tenía la idea de que nadie atacaría a una niña fea”.
Este pasaje, que se encuentra al promediar Las niñitas bien no usan bikini, linda, de Teresa Undurraga (1969), ilustra perfectamente lo que sucede antes y después de esta, su primera novela. Los editores nos presentan a la autora como una mujer que ha incursionado en todos los espacios del universo y la experiencia humana: vendedora de pasteles y dulces franceses, garzona en restaurantes y establecimientos afines, moza en discotecas, cocinera, fabricante de helados y licores y otro sinfín de actividades. Además, es una exitosa empresaria que fundó el emporio La Rosa y la chocolatería Quintal. Estas y muchísimas otras acciones, son prolijamente descritas en Las niñitas bien..., una notabilísima ficción inaugural que constituye, por una parte, una historia de autoeducación, con Teresa como protagonista en primera persona, o bien una crónica de su vastísima familia, su parentela, sus amigos, los numerosos criados (en especial, las tan chilenas mamás de campo), los sucesivos amores y, sobre todo, las vivencias de pertenecer a un clan católico, tradicional, anclado en el pasado, aun cuando sus padres, en particular Francisco, el progenitor, es un declarado izquierdista, por cierto seguidor de la Teología de la Liberación, quien fallece en el verano de 1994.
Los sucesos narrados en Las niñitas bien..., huelga decirlo, corresponden a la realidad y, pese a que llamamos ficción a este volumen, nada de ficticio hay en ellos: el golpe de Estado, los vaivenes de la dictadura, el exilio de muchas relaciones de Teresa, los atentados, el sofocante clima social de los ochenta, los plebiscitos de 1980 y 1988, cómo era ser discriminado en las castas latifundistas por declararse opositor; en suma, esa vecindad con curas antagonistas a Pinochet, con prófugos, con presos, con las peñas donde se juntaba gente de protesta, con jornadas impugnadoras bajo la guisa de reuniones apostólicas, con informales encuentros durante las vacaciones, conforman una suerte de hilo conductor en esta íntima y, a la vez, coral crónica. Cabe destacar que Teresa Undurraga pertenece a la dinastía que erigió la viña que lleva su apellido, por lo que, naturalmente, se crio en los alrededores de una de las legendarias tribus nativas. Dicho sea de paso, el título de la obra, con la palabra “linda” al final, es la forma mediante la cual se trataban, y se siguen tratando, los miembros de aquella élite: “Dime, linda”, “oye, lindo”; “qué haces, linda”, en ese dialecto tan peculiar de las agrupaciones dominantes nativas.
Tal como lo señalamos, en Las niñitas bien... hay tantos personajes que coinciden con circunstancias comprobadas, que el mero inventario de cualquiera de ellos requeriría página tras página: en ocasiones, estamos frente a simples nombres, que se olvidan enseguida; en otras, se trata de vínculos inseparables de Teresa. A veces son sus hermanos, tíos, sobrinos, allegados, novios.
Las niñitas bien... resulta, en última instancia, un texto apasionante acerca de una mujer y una época que, quizá, ha sido una de las más sobresaltadas en el ayer reciente. Para ser su primera incursión prosística, Teresa Undurraga exhibe un aplomo, una seguridad, una desenvoltura envidiables. Tal vez lo menos que se pueda afirmar acerca de estas memorias es que nos hallamos ante una de esas raras oportunidades en las que un primer intento triunfa en plenitud. O, si caemos en un poco de grandilocuencia, que Las niñitas bien... anuncia a una artífice literaria de magnitud. Finalmente, Teresa Undurraga aborda una epopeya de lo interior y lo social, de lo propio y ajeno, de ahora y de siempre, de lo que sabemos o nunca seremos capaces de saber.