Por supuesto que cada cual tiene sus propios intereses y puede distribuir el escaso tiempo que dejan las necesidades en procurar atender a algunos de ellos. Por supuesto que todos tenemos derecho a expresar lo anterior con libertad. El ámbito social de esos intereses, sus componentes, la prioridad que se otorga a cada uno de ellos en buena medida deciden lo que podría llamarse la “cultura” de cada individuo, su “forma”.
Algunas personas que conozco, y en parte yo mismo, se interesan por cosas relacionadas con su trabajo, sobre todo si les tocó en suerte que este y su mundo de preferencias personales, más o menos, coincidan. Otros, buscan sus intereses más allá del mundo laboral porque no lo tienen ya, o bien, porque el actual lo encuentran pobre y se encuentran allí a contrapelo, por azar de la vida, solo cumpliendo con un deber. Acaso la mayoría se ubique en un espectro intermedio de esas dos posiciones y sus posibilidades de elección resultan limitadas por la propia situación y circunstancia. ¿Podemos, entonces, criticar a alguien por la forma con que ha definido sus intereses? Se es libre, ciertamente, pero ello no significa considerar que en ese ámbito la elección es arbitraria, no sujeta a discusión, al intercambio de razones, y, al contrario, parece humano e inevitable estar pendientes y críticos de la forma que estos asumen en los demás y a menudo sostener que algunos de nuestros intereses son superiores a los que un prójimo ha seleccionado o excluido.
Tengo la suerte de que mi trabajo gire en torno a “las letras”, es decir, sobre lo que se ha escrito en materias como literatura, filosofía, historia, antropología, arte, y eso, como se imaginará, abre un horizonte muy amplio, permitiendo una gran variedad, movilidad (hasta la dispersión) y comparación. Pero, cualquiera sea el trabajo, es legítimo preocuparse y preguntarse por la justeza del propio ámbito de intereses, someterlo, cada cierto tiempo, a algún cedazo. ¿Es estrecho? ¿Es pobre? ¿Quizás hay un bien que me estoy perdiendo por cientos de posibles razones, que esté dejando fuera y debería dirigirle mi atención? ¿Existe, por ejemplo, una dimensión de la vida social a la que, como ciudadano, corresponda aproximarme?
Es natural hacerse esas preguntas e, incluso, pienso que indican cierto grado de “civilización”. Valoro a las personas que poseen multiplicidad de intereses, son obsesivos con algunos y, a la vez, abiertos a los nuevos y, sobre todo, con algún grado de mínima cortesía hacia el mundo, hacia el momento que se vive, al prójimo y sus afanes. No puede sostenerse la indiferencia como un valor cuando es fruto de la ignorancia, de los prejuicios y del menosprecio y falta de amor hacia lo que otro es.