En los últimos cinco clásicos disputados entre Colo Colo, la U y la UC por el torneo, se marcó apenas un gol y el espectáculo quedó en deuda. Nada de lo sucedido pasará a la historia, y el duelo entre los planteles más caros del fútbol chileno está marcado por la intrascendencia y la pobreza táctica.
El sábado en San Carlos de Apoquindo Colo Colo jugó mejor en el primer tiempo, generándose un par de aproximaciones interesantes. Nada espectacular, pero suficiente como para minimizar a su rival, que pareció más preocupado del duelo de revancha contra Palmeiras que en ganar en su cancha. El retroceso de los cruzados en el nivel de juego es un hecho, camuflado por resultados que lo mantienen en la lucha internacional y local, pero que no disimulan sus evidentes problemas para generar buen juego, que fue la tónica de las pasadas temporadas.
El comparativo para Colo Colo es muy bajo, porque viene de discretas campañas. Pero el plantel generoso del que dispone no justifica que, en los duelos trascendentes, no luzca ni genere entusiasmo entre los imparciales. El desperdicio de la gran cantidad de pelotas detenidas que tuvo ante los cruzados fue exagerado, considerando las alternativas que tenía para disputar el juego aéreo. Para afianzar el alza debía buscar una presentación contundente ante la UC, y en el balance, la consolidación del proyecto de Quinteros quedó al menos postergada.
Los cruzados viven un proceso extraño. La línea de juego de Poyet no termina de convencer, pese a que en sus últimos compromisos internacionales ha dado señales de solidez, pero fallando en el finiquito. En el ámbito local cambia seguido de modelo, y ensaya modificaciones constantes en el mediocampo, sin dar con la tecla que le garantice no sólo resultados, sino que también alguna adhesión derivada de la estética del juego. Aún no está clara su propuesta, aunque en su ideario aparece casi siempre la palabra intensidad, todavía no plasmada en el campo.
Es este, por lo mismo, un torneo más parejo, de diferencias mínimas, que no entrega un dominador claro. Todos insinúan apenas, pero no hay figuras rutilantes ni cuadros que se impongan con autoridad. En este fútbol sin público, la pasión no se mide en las ovaciones o las pifias, sino en el cansador y reiterativo repertorio que surge desde las bancas, donde se exige siempre lo mismo: cobros a favor. En la insoportable falta de autocrítica técnica, todo queda reducido a un margen muy pequeño de satisfacción y, claro, a reclamar por el arbitraje.
Ya estaría bueno que nos empleáramos un poco más en el espectáculo, en el juego, en el afán competitivo. Porque hasta ahora todo es muy plano. Y los clásicos, una lata.