Hay dos dimensiones del Evangelio de este domingo que quisiera resaltar. La primera es que una vez que los apóstoles vuelven de la misión, el Señor los envía a retirarse y descansar con Él. Los lleva a un lugar despoblado, retirado, de soledad y meditación, de intimidad con Él. Es lo que llamamos la oración. No se trata de unas vacaciones, sino de una forma de ser para los cristianos.
Algunos piensan que rezar es pedir una y otra vez al Señor, hasta convencerlo de que haga lo que necesitamos, que nos resuelva la vida. Cuántas veces escuchamos decir "es que el Señor no me escucha"... Y terminamos haciendo depender nuestra relación con Él de este resultado. La oración de petición es importante en nuestra vida, pues compartimos con el Señor lo que nos aflige y preocupa. Pero nuestra relación con Él no se alimenta solo de esta. Necesitamos entrar en lo profundo de nuestro corazón, descubrir ahí quiénes somos, darnos cuenta de que ahí vive Dios en nosotros. No podemos vivir solo por fuera, por la superficie, sino que tenemos que aprender a vivir nuestra vida desde nuestro mundo interior. Pues en ese lugar íntimo donde yo soy verdaderamente yo: ahí habita Dios en mí.
Sabemos que los problemas y desafíos de nuestra vida los debemos resolver nosotros. Y para esto necesitamos dialogar con el Señor, sintonizar con su Palabra, y desde ahí tomar decisiones. Necesitamos detenernos y mirar lo que nos va pasando. Y esto lo hacemos con Jesús, a solas con Él. Solo desde ahí recuperamos la tan anhelada paz interior. Si estás complicado con algo, lo pasas mal, o tienes que tomar decisiones complejas, no lo dudes: detente, haz silencio, quédate a solas con Jesús, confróntate con su Evangelio e intenta leer desde ahí lo que estás viviendo. Así te librarás de decidir desde el orgullo, los celos, el rencor, el resentimiento o la envidia. Sin la oración corremos el riesgo de tomar decisiones erradas, según los criterios mundanos, y sin darnos cuenta terminamos ocupados en acumular bienes, compitiendo con los demás, pasando a llevar al resto y, en definitiva, deshumanizándonos.
Esta oración no se refiere solo a algo individual, sino que también es con otros. Para los cristianos, el domingo es el día del descanso, es cuando escuchamos la Palabra del Señor y nos encontramos con nuestros hermanos de comunidad, con aquellos que comparten nuestro proyecto de vida cristiana: es día del descanso, de la oración, del encuentro en familia y en la comunidad, de salir del ajetreo del mundo para entrar en el mundo de Dios...
La segunda enseñanza que quisiera destacar de este Evangelio es que al llegar a la orilla y ver la multitud, Jesús lo primero que hace es desembarcar. Podemos tener la tentación de quedarnos en una experiencia intimista con Dios, en la barca, y ver la multitud desde lejos. Con cuánta comodidad opinamos lo que otros deben hacer y pensar, pero no nos involucramos. Fácilmente nos impresionamos y opinamos ante una imagen conmovedora en la televisión, hasta que cambiamos con el control remoto el canal desde nuestro cómodo sillón. Como Iglesia debemos salir de la autorreferencia e ir al encuentro de la humanidad de hoy, así como es. No le tengamos miedo a este mundo que piensa y vive de una forma distinta. Como Jesús, quien vio la multitud y se compadeció de ella porque eran como ovejas sin pastor. ¿Qué es lo que vio? Una profunda necesidad que el mundo no puede satisfacer: la necesidad de Dios, la necesidad de trascendencia.
Hoy vivimos un tiempo de cambio en nuestra sociedad. Lejos de opinar desde afuera, como cristianos debemos involucrarnos y aportar con esa vida trascendente que brota desde el mundo interior, desde la experiencia de Dios.
"Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato".(Mc. 6, 34)