Llegó el día. Mañana los votantes de Chile Vamos, el PC y del Frente Amplio volverán a marcar un voto. Lo que hace un mes era un mero trámite para los alcaldes Jadue y Lavín hoy parece no serlo. Aunque no tengamos encuestas y estemos, por lo tanto, enfrentando esta elección a ciegas, la sensación es que no hay nada decidido.
La gran duda es cuántos van a ir a votar. Y tan relevante como cuántos es quiénes. Por ejemplo, ¿los antiguos votantes de la Concertación se quedarán en la casa o un porcentaje participará para alguno de los dos lados? ¿Los votantes de la derecha se quedarán mirando el mar…? ¿Logrará la radicalización de Jadue movilizar a quienes votaron por la Lista del Pueblo?
Por parte de la izquierda, lo que parecía un mero trámite cambió en pocas semanas. De hecho, al primer debate, Gabriel Boric fue casi por cumplir, en una calidad de sparring del “verdadero candidato” que era Jadue. Pero la solidez de Boric contrastó con el radicalismo, mentiras y gruesos errores del alcalde de Recoleta durante todo el mes. Y el guante blanco inicial terminó siendo cambiado por guantes de boxeo. Signo inequívoco de una sensación de que la elección está peleada.
El triunfo de Jadue mañana lo situará más lejos de la presidencia de lo que estaba hace un mes. Su postura en torno a la ley de medios, a la pymes, a la propiedad privada, a las drogas o Cuba no le saldrán gratis. Hoy Daniel Jadue dejó de ser el candidato “cosista” para pasar a ser el candidato comunista, y eso no dejará indiferente a muchos electores de centroizquierda en noviembre, que se les hará difícil votar por un marxista, leninista, castrista y madurista.
Por el contrario, si gana Boric, lo pone en una posición expectante. En la medida que persevere en una opción más moderada, la posibilidad de que el antiguo votante de la Concertación se incline por él parece más probable. Es que Boric podrá ser un mal presidente pero deja menos dudas de que al menos entregará el poder cuando corresponda. El guion de Jadue, por el contrario, es ampliamente conocido: inventar una revolución, tildar de enemigos a los que no están de acuerdo para restringir las libertades y justificar la debacle económica; y finalmente quedarse para siempre.
Así las cosas, el silencio de Yasna es signo inequívoco de la incertidumbre. Si el candidato elegido mañana es Jadue, la próxima semana Provoste se transformará en candidata. Si gana Boric, su oferta política se diluye y su candidatura adquiere un enorme signo de interrogación.
En el caso de la derecha, en medio de la debacle que experimenta, todo parece indicar que la contienda estará entre Sichel y Lavín. Y, tal como ocurrió con Jadue, lo que era una carrera ganada hoy no lo parece. ¿Cómo se explica la adhesión que parece estar teniendo Sichel? Para contestar esa pregunta hay que revisar la historia de la derecha. Su votante, más que por convicciones, busca siempre quien tenga más opción de derrotar a la izquierda. Así, muchos votantes ven en Sichel la opción de que sintonice más con el electorado del frente. En ello hay también esa eterna búsqueda del candidato “distinto” para ver si en una de esas… Pasó con Julio Durán, con Büchi y se intentó con Manuel Feliú y con Golborne. Sichel y su historia personal. Sichel y sus tatuajes. Sichel y su domicilio político. Si gana mañana será la paradoja de que por segunda vez la derecha se alinea detrás de un ex DC, para intentar llegar a La Moneda. Y, tal vez, como ocurrió con Piñera, logre capturar el voto de centro que no está dispuesta a vivir un experimento con Boric y menos con Jadue. O tal vez, el elegido termine profundizando la crisis del sector.
El caso de Lavín, por su parte, es para escribir un libro. Un peinado fanático de la dictadura. Un gallo de pelea. Un alcalde eficiente. Un bacheletista aliancista. Un socialdemócrata. Un cosista. Un Opus Dei. Un Chicago Boy. Una mezcla de todo y una mezcla de nada. Pero con una gran habilidad política que le ha permitido estar en la primera línea por más de 30 años. Su campaña ha apelado a la unidad, en un país cada vez menos unido. Está en otra sintonía, con otra edad y con otra historia, pero con una estrategia coherente.
Así, la duda respecto de la derecha es si frente a un Jadue, el votante de centro cruza más fácil el Rubicón hacia Lavín o hacia Sichel. Y ello no es del todo claro. Y, la duda más de fondo —que incluye por cierto también a la izquierda— es quién logra ofrecer algo de gobernabilidad en un país que se ha vuelto cada vez más ingobernable. Y por ahora esa pregunta no tiene respuesta. O, tal vez, la respuesta en el Chile actual no exista.