En este fin de semana mágico vimos caer dos colosos en finales de infarto. En el Maracaná, “Lio” Messi cayó de rodillas para festejar su primer título con la selección mayor, rodeado de edecanes que corrieron y lucharon para romper un maleficio que se prolongaba por más de 10 mil días. Nada parecía más justo que la corona para un rey que supo ser humilde en el trámite, pero sobre todo en el festejo, acompañado por un puñado de hinchas que desafiaron las dificultades y la pandemia para compartir la alegría más hermosa de la Argentina en casi tres décadas, en un torneo que estuvo en peligro y se salvó aceleradamente, con no poco escepticismo.
En Wembley, los italianos fueron a dar una demostración de sangre fría y espíritu ofensivo —dos cosas que no abundan en su cultura y su Calcio— para robarles la corona a los desesperados ingleses, que aspiraban a romper otro maleficio en su catedral. Roberto Mancini rescató a este equipo del abismo —al igual que Chile, quedó eliminado de Rusia 2018— y lo transformó en una escuadra alegre, joven, entusiasta y, sobre todo, ambiciosa. Un trabajo breve y eficiente, sin una figura deslumbrante, que nos enseña otra vez de la importancia de la mano técnica para modificar situaciones que parecen terminales. Italia no hizo una revolución ni cambió radicalmente su esencia. Simplemente encontró a un hombre que usó las herramientas adecuadas.
En dos escenarios monumentales, el fútbol demostró nuevamente que es invencible. Con aforo limitado en América, a tribuna llena en Europa, hubo voluntad, pero sobre todo lirismo para enfrentar y derrotar los calendarios aberrantes, las decisiones apresuradas, la ambición desmedida de los dirigentes, las presiones comerciales. El fútbol, al final, siempre gana.
Mientras tanto, hay clubes en el fútbol chileno que preferirían seguir jugando sin público. Porque abrir los estadios a los espectadores, cumplir con las normas protocolares que impone la pandemia y el riesgo de pagar multas si son debidamente fiscalizados, es un costo que quisieran no pagar.
“Algunos clubes no se lo han tomado muy bien, porque los estadios son pequeños y no van a poder albergar a más de 500 personas, y eso quizás no va a cubrir los gastos de exigencia de seguridad y fiscalización que se van a pedir”, resumió el presidente de la ANFP, dejando de manifiesto una situación que ya se vivía mucho antes de la pandemia y de la suspensión del torneo tras el estallido de octubre de 2019. Es un hecho que hay sociedades anónimas que prefieren jugar con el menor aforo posible para evitarse la inversión exigida por la autoridad.
El respeto por el espectáculo, por el público, por la historia, por la pelota, sigue prevaleciendo en todo el orbe. A veces con dificultades, otras con derrotas que parecen definitivas, pero, a la larga, el fútbol siempre se impone, para alegría de los que sufren, gozan y viven en las tribunas, frente al televisor o en cualquier rincón profundo del planeta. Se debe a su gente. Y eso hay que entenderlo, respetarlo y honrarlo.