En los partidos de la Copa América, el plano repetido y frecuente fue el rostro de Alejandro Domínguez tras la mascarilla, paraguayo y presidente de la Conmebol (Confederación Sudamericana de Fútbol).
Cada vez que ocurría y ocurrió siempre, las voces de DirecTV, que transmitían los partidos, encontraban palabras de elogio, por el don de ubicuidad, admirados porque estuviese en cada partido, el evidente interés, permanente presencia y, en definitiva, era la estampa de un directivo ejemplar.
Lo anterior, seguramente, está inserto en el millonario contrato que firmó el canal internacional con la Conmebol, que en lo grueso era exhibición y lucimiento de la Copa América, y en lo fino y en algún acápite, se solicitó por escrito y describió con detalles el mentado plano. Algo obligatorio y sustancial al acuerdo: que aparezca Domínguez, sin falta.
En la imaginación informal se exigió lo siguiente, más o menos: enfóquenme al presidente de la Conmebol en cada encuentro, y que salga ordenado, por favor. Nunca sin mascarilla, concentrado y siguiendo el juego. Jamás conversando o distraído. Y me lo comentan brevemente, sin exagerar, eso sí, porque tampoco hay que ser grosero en este punto, ni subrayar el encuadre ni pasarse en las alabanzas, para que la imagen y el mensaje lleguen como brisa natural: Domínguez es lo mejor.
Hay una alternativa, por cierto: que lo anterior no esté en ningún contrato y no sucedió por un convenio legal, sino que fue promovido por el libre albedrío de los profesionales de la comunicación.
Lo decidieron por un impulso automático e irrefrenable que les ordenó buscar fructuosamente el rostro del omnipresente Domínguez, para filmarlo y alabarlo.
Esta hipótesis necesita, sin duda, cierta humillación del periodismo, pero así sería el relato, más o menos: al director de la transmisión y a los comentaristas se les soltaron las trenzas porque estaban frente a la máxima autoridad de la Conmebol.
Les ocurrió de manera involuntaria y autoprotectora, fue una reacción espontánea frente al poder que hace favores, extiende vales, a veces tutea, invita a viajar y da de comer. No pudieron evitar el plano y las loas a un Domínguez santo y protector.
¿No se hizo algo parecido con Nicolás Leoz y tantos dirigentes de la Conmebol, a los que les ofrendaron premios, calles y veneración?
¿Aún permanecen esos ritos, por inercia y la fuerza de la costumbre?
Probablemente no, y si tanto filmaron y elogiaron a Domínguez fue simplemente porque lo establecía el contrato.
Estaba firmada una obligación escrita en letra chica y oscura: la obligatoria imagen de Domínguez en cada uno de los partidos, enfocarlo bien y que quede como rey.
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Eso es lo que vale esa imagen. Nada.