El anuncio del retorno del público a los estadios genera un desafío importante para el fútbol, pero ante todo para los clubes. Es un paso relevante después de una pandemia abrumadora, en un momento en que las personas claman por mayor libertad, luego de sufrirrestricciones que jamás imaginaron.
Por temor a la reacción de las redes sociales o de algún funcionario que buscará el aplauso fácil, los equipos locales no querrán decir que el marco inicial implicará una carga económica grande para una actividad que sobrevivió por el contrato con TNT. Por ejemplo, crecerá la cantidad de guardias, tendrán que implementar anillos de accesoy en las boleterías -lo más probable- es que no caerá un peso. Tampoco sabemos si por las exigencias sanitarias, los metros cuadrados de los baños de varios recintos pasarán el corte.
Muchas instituciones tienen compromisos adquiridos con sus abonados o detentadores de asientos, a quienes deben partidos desde la abortada campaña de 2019 y los torneos del año pasado. Satisfacer esos requerimientos implicará un ejercicio complejo. En este camino es rescatable el protocolo desarrollado por la ANFP y el Ministerio del Deporte, que permitió la cobertura de los campeonatos de Primera División, Ascenso y Segunda División.
En lo deportivo, es necesario que el Estado lidere un plan, junto a la ANFP, el COCH y las federaciones, que reactive el deporte en las series menores. Una de las herencias del covid será la catástrofe que vivirá el deporte de alto rendimiento en los próximos años si es que no se articula a la brevedad un proyecto que recupere a las y los atletas que van entre los 14 y 20 años. En el fútbol profesional, se carga con la mochila de la suspensión desde el estallido social, que con seguridad pasará una factura en los futuros ciclos mundialistas.
No hay nada que reemplace a la competencia, pero si a esto agregamos la carencia de entrenamiento sistematizado, no hay posibilidad de pensar en selecciones competitivas en las disciplinas colectivas.
En estos meses, sería importante revisar si las candidaturas a la Presidencia de la República poseen programas viables en esta materia. La realidad es que en los antiguos sexenios o en los actuales periodos de cuatro años, las distintas administraciones llegan a inventar la pólvora, sin considerar lo avanzado.
En ese desconocimiento, olvidan que el deporte es un proceso permanente, que las estrategias son a largo plazo. Justo cuando iniciamos la ruta para elaborar una nueva Constitución, establecer los mecanismos administrativos que permitan conversar y actuar de manera cohesionada a los ministerios del Deporte, Salud y Educación es un imperativo. Por décadas, para la cartera de Alameda y Teatinos el deporte ha sido un cacho. Lo saben quienes trabajaron en el Instituto Nacional del Deporte.
En una de esas, si se crea una entidad pública, descentralizada, que no dependa del gobierno de turno, con presupuestos y facultades establecidos por ley, fiscalizada por la Contraloría, con autoridades elegidas por sus atributos técnicos y académicos para dos ciclos olímpicos, se avanzaría de manera coherente y sin los vaivenes de la contingencia.