Elección tras elección, y en medio de un tiempo que parece detenido, los constituyentes han sido investidos. ¿Cómo se explica que aquello que hace unos pocos años fuera comparado con fumar opio hoy sea realidad? Es tentador concentrar las respuestas en nuestra historia reciente. Chile, nos cuentan, siempre ha sido excepcional. No obstante, estamos menos solos de lo que creemos.
Mientras hasta hace una década alrededor de un tercio de los países enfrentaban disturbios sociales cada año, hoy los enfrentan dos tercios. La creciente inestabilidad se observa tanto en democracias como en autocracias y en todos los niveles de desarrollo (Besley, 2021). Es más, en casi todos los países ha aumentado la creencia en que la sociedad debe cambiarse radicalmente; en muchos, se ha duplicado (WVS).
Las condiciones económicas globales ofrecen posibles razones tras este fenómeno. El cambio tecnológico amenaza los trabajos menos calificados y tiende a concentrar las ganancias en la parte superior de la distribución (Autor, 2014). A la vez, con niveles de crecimiento económico más bajos, las posibilidades de mejorar las perspectivas personales se parecen más a un juego de suma cero.
Otro posible detonante de inestabilidad son las redes sociales. Su rápida masificación parece quizás más consistente con el cambio discontinuo en el nivel de conflicto en el mundo. Las redes sociales minimizan el costo de coordinar una protesta y dan voz a quienes históricamente no la tuvieron. De hecho, a medida que Facebook se fue lanzando en nuevos idiomas, las protestas aumentaron fuertemente donde vivían sus hablantes (Ferguson y Molina, 2021).
Las redes sociales también permiten flujos de información nunca antes vistos. Estos llegan ahora a las masas, que, como no están muy interesadas en política (WVS), antes no se informaban, y lo hacen con mensajes simples —a veces, demasiado simples—. Esto, junto con la tendencia humana a que las desilusiones nos duelan más que lo que nos alegran las ilusiones equivalentes, ha conducido a una difusión permanente de noticias negativas sobre quienes ostentan el poder (los que, por su parte, aportan material). En efecto, Guriev et al. (2021) muestran que la expansión de los celulares con internet en el mundo redujo la aprobación de los gobiernos, los perjudicó electoralmente y favoreció a movimientos populistas anti-establishment.
El debilitamiento de la centroizquierda tampoco nos es exclusivo. Si en torno al año 2000 uno de cada tres votantes europeos elegía partidos socialdemócratas, hoy lo hace cerca de uno de cada cinco. Resulta simbólico que en 2017 el Partido Socialista francés se haya visto obligado a vender su histórica sede en París. Es posible que la socialdemocracia haya sido golpeada por la crítica asidua de las redes sociales, aunque Benedetto et al. (2020) le dan un mayor rol a que hay menos trabajadores industriales. Como sea, no es raro que nosotros, expuestos a las noticias globales, y con hordas de jóvenes influyentes educados en Europa, hayamos contagiado con esta racha a lo que va quedando de la Concertación.
Por cierto, ni la más fuerte tendencia mundial prendería en Chile sin un terreno fértil para ello y el mundo es diverso porque cada cual tiene su historia. Pero también puede ser que parte de lo que nos hace excepcionales sea nuestra propensión a pensarnos como tales.