Si se leían con atención las señales de las últimas semanas, era predecible que la instalación de la Convención no sería una ceremonia fluida, sino una accidentada y cruzada por las consignas.
La interrupción, cuando la relatora Carmen Gloria Valladares empezaba a leer el acta, mientras una convencional le gritaba y golpeaba con sus manos la testera, obedece al propósito de un sector de la Convención de mantener un clima de conflicto a toda costa. Esa voluntad, y la violencia con que se manifestó ayer, contradice la esencia de un proceso que es fruto de un acuerdo para encauzar institucionalmente una crisis profunda, que se podrá o no haber compartido; que se criticó desde allá por considerarse una cocina, y desde acá porque la comprometida paz social no llegó. Y, a no olvidar, que ha permitido a los 155 integrantes ser electos para representar a los chilenos en la elaboración de una nueva Constitución.
Aun cuando la Convención se instaló y eligió a sus autoridades, de acuerdo a lo previsto, hay razones para la inquietud. Primero, la insistencia de los representantes de una izquierda más radical de atropellar las reglas que regulan su funcionamiento, las que, valga la obviedad, son propias de un proceso democrático y no una expresión burguesa o represiva, como rezan los eslóganes que comenzamos a escuchar con demasiada frecuencia. Luego, el deseo (manifiesto ayer en poleras, lienzos y en los discursos de algunos de sus integrantes) de exceder las atribuciones de la Convención, que son muy precisas y no contemplan, por cierto, impulsar o frenar leyes que se tramitan en el Congreso, interferir en la función del Gobierno, decidir dónde y cuándo debe haber presencia policial; ni mucho menos exigirle al Poder Judicial liberar, amnistiar o indultar a quienes están imputados por determinados delitos.
Tal vez la razón de mayor inquietud es el llamado de un sector a refundar Chile, cuyas implicancias son de incalculable envergadura y, estoy segura, no representan a la inmensa mayoría de los 6,5 millones de quienes concurrieron con su voto a elegir a los convencionales. A ellos se les prometió que una nueva Carta Fundamental contribuiría a la paz social, a un futuro de progreso, un Estado que hace su tarea garantizando iguales derechos y deberes, salud, pensiones, educación, seguridad; y no que se echaría abajo todo lo construido hasta ahora, para reemplazarlo por un destino incierto o por los Chiles deseados por cada una de sus minorías.
A partir de ayer, el país espera y tiene derecho a exigir que la Convención haga su trabajo. Sin estridencias, con seriedad, garantizando la libertad de opinión y la decisión de cada uno de sus integrantes. Y, sobre todo, con el más profundo sentido de unidad, reconociendo en las instituciones, las antiguas y las nuevas, el espacio que compartimos todos los chilenos.
Mi especial reconocimiento a los treinta siete hombres y mujeres de Chile Vamos, militantes de sus partidos e independientes, que integran desde ayer la Convención, con la responsabilidad y solemnidad que merece formar parte de un poder mandatado para escribir la próxima Constitución. Ni más ni menos.
Isabel Plá