Luego de las megaelecciones de mayo el panorama parecía más que claro. La ciudadanía dio la espalda a la élite política, esa que ha gobernado al país en los últimos 30 años. Prefirió a postulantes ajenos a los partidos, vinculados al mundo social, que han experimentado los dolores de la opresión y la discriminación en carne propia. Los resultados de la segunda vuelta de gobernadores, sin embargo, dieron al traste con esta lectura. Coaliciones y partidos que tras las elecciones de mayo parecían ad portas de la misa fúnebre, como la Unidad Constituyente y la DC, vuelven de improviso al centro de la escena.
El contraste va más allá de las adhesiones político-ideológicas. Cuando se observan las biografías de las personas elegidas, el contraste es flagrante. En convencionales reina la paridad; entre las nuevas autoridades regionales, en cambio, hay solo tres mujeres, lo que recuerda la vieja “normalidad”. El promedio de edad entre las autoridades regionales es 53 años, contra 44 en la Convención. Esta última estará dominada por abogados (59 del total); entre los gobernadores, en cambio, hay solo dos. Es interesante observar también la trayectoria: a diferencia de la Convención, formada en gran parte por compatriotas que jamás han ocupado posiciones de poder político de ninguna naturaleza, la mayoría de las gobernaciones serán ejercidas por figuras que no han dejado puesto por ocupar dentro del aparato público: intendentes, seremis, delegados presidenciales, jefes de reparticiones, alcaldes, etcétera. En otras palabras, si la idea era pasar la aplanadora sobre las cabezas de quienes han sido responsables de la conducción del país en los últimos 30 años, cuando llegó la hora de elegir gobernadores los votantes rechazaron semejante intención.
Lo anterior induce a ser cautos a la hora de proyectar lo que ocurre en una elección a las restantes. Este espejismo fue el que condujo a la derrota de Karina Oliva en la Metropolitana. La elección de convencionales fue un evento excepcionalísimo: fue la continuación, por otros medios, del estallido de 2019. Esto condujo a un récord de participación electoral de los jóvenes y del mundo popular, quienes han depositado en la Convención sus profundas expectativas de cambio. Por esto mismo eligieron como representantes a personas que les dieran garantías de no estar comprometidas con el statu quo y cuya actuación no estuviera mediatizada por los partidos políticos. Como lo sugieren los resultados de la elección de gobernadores, estas tendencias no se volverán a repetir en las elecciones que vienen, al menos no con la misma intensidad.
Sucede, entonces, que se sigue acentuando un fenómeno que venía de antes, y que se observa en todo el mundo luego del colapso de las grandes ideologías: la propensión de la ciudadanía a elegir caso a caso en función de lo que está en juego en cada elección, en lugar de seguir ciegamente a determinadas marcas políticas o a macrorrelatos como los que celebran o condenan los “30 años”. Lo que se observa, también, es una conducta bastante estratégica, que implica usar las diversas contiendas para dar diferentes mensajes: gestión o empatía, estabilidad o cambio, progreso económico o protección, autonomía o garantías. El triunfo de la centroizquierda en la elección de gobernadores, por ejemplo, tiene mucho de contrapeso al rechazo de la que fue objeto en la de convencionales, donde el electorado optó por dar una oportunidad a la novedad y al cambio. Se trata de una suerte de “check and balance” intuitivo.
¿Bajo qué criterios serán votadas las autoridades que toca elegir en noviembre próximo, entre ellas quien ocupará la Presidencia de la República? Nadie lo sabe. Lo único claro es que no será una mera proyección de las elecciones anteriores.
Eugenio Tironi