Me encontré en Google con un boletín oficial del Gobierno sobre el uso de naves de plástico —invernaderos— en la agricultura chilena. Fue un hallazgo. Me fui en picada a comprobar lo que mi experiencia intuía, pero nunca pensé que en ese grado: la pequeña comuna en que vivo —Maule— es la de mayor uso en Chile de esta tecnología de punta. El cultivo de productos frescos bajo invernaderos —principalmente tomates y hortalizas— es, no obstante, abrasivo del medio —la cantidad de plástico, herbicidas y pesticidas que, sin control alguno, se vierten anualmente aquí es pavorosa, a lo cual se añade el afeamiento terrible del paisaje.
Odio los invernaderos porque soy un enamorado de las bellezas del paisaje del valle central a la antigua y veo a diario cómo esta agrotecnología es un azote para estas tierras y sus aguas, pero no vivo de ellos. Para los que, al revés, sí lo hacen —pequeños y medianos agricultores—, el cultivo en las naves de plástico ha significado, desde principios de los 80, con apoyo estatal en créditos blandos y capacitación, riqueza, bienestar material: abandono de una pobreza endémica.
El principal demandante de los productos que aquí se cultivan, a su vez, son los capitalinos. Santiago es también un inmenso y hambriento estómago que demanda más del 50 por ciento del tomate y verduras frescas que se producen en Chile. Si los santiaguinos —y demás habitantes de las grandes ciudades, para ser justos— disminuyeran su consumo de completos, ensaladas, pizzas, salsas y otros platos que llevan tomate y hortalizas o se aplicaran rabiosamente al cultivo de huertos urbanos, volverían a satisfacer sus necesidades con los cultivos provenientes de la propia Región Metropolitana y Valparaíso, y probablemente la agricultura bajo invernaderos se reduciría a un mínimo aquí, retornarían formas tradicionales de cultivo, y el paisaje adoptaría lentamente la forma que tanto me gusta. De paso, claro está, si esa demanda cayera, la gente de aquí —el incremento demográfico ha sido tremendo— se empobrecería y seguro muchos emigrarían a la ciudad, la encantadora y saludable Talca. Mi punto de vista, el de los trabajadores y productores que habitan mi zona, y el de los consumidores de los grandes centros urbanos no son conciliables. ¿Cómo buscar equilibrios? El tema del desarrollo “sustentable” me apasiona y está presente como prioridad en todo el espectro político, candidatos y constituyentes. Como principio, creo que “los derechos de la Madre Tierra” necesitan un significativo mayor respeto, pero este nudo complejo de intercambios e intereses me hace pensar que la sociedad debe ser considerada no solo a partir de reglas y derechos, sino también de sistemas, procesos y cultura, si queremos introducir cambios en beneficio de todos.