Martín Lasarte, después de apenas cuatro partidos al frente de la selección, ya tuvo su bautizo. Debió afrontar un hecho de indisciplina grave haciendo malabarismos, como ya les aconteció a todos sus antecesores en la Roja. Algunos públicos, otros privados; unos sancionados, otros relegados al cajón de los olvidos. Pero todos registrados y anotados como un prontuario que no impidió los éxitos de esta generación dorada y que fue su marca indeleble en los últimos quince años.
Con Lasarte hemos visto quiebres graves del protocolo sanitario en Santiago y en Cuiabá, sin que estos hechos implicaran sanciones a la altura de su gravedad. El anuncio de una investigación sanitaria contra Vidal y sanciones económicas (sin que la ANFP estimara conveniente clarificar los nombres) fueron el resultado de esas faltas, claramente tipificadas en el reglamento de la Conmebol.
Esta selección siempre estará expuesta al rumor. Primero, porque el secretismo suele rodear todo su accionar, y porque la reacción de las autoridades del fútbol siempre es lenta y confusa. Si lo del peluquero fuera cierto, debió actuarse rápida y tajantemente. Y si los rumores eran infundados, una información clara y oportuna habría sido suficiente. Pero —otra vez— tienen que salir los jugadores y el entrenador a balbucear discursos sobre “el aprendizaje” que los actos de indisciplina generan, lo que a estas alturas parece solo un mal chiste.
En la concentración ahora se hacen transmisiones en vivo, donde los “invitados” se dan el lujo de ningunear a los seleccionados. Los gestos de Vidal al ser sustituido frente a Bolivia rozaron la grosería. Ni hablar el triste papel en que quedaron el cuerpo técnico, los funcionarios y la dirigencia de la Roja al constatar —tardíamente— que la burbuja había sido vulnerada por un peluquero que, por supuesto, transmitió en vivo y publicó en un periódico su prohibida invasión, lo que no alertó, parece, a ningún miembro de la delegación. A partir de la promoción que tuvo su labor, da la sensación de que cualquiera podría traspasar los límites impuestos por reglamento, lo que alimenta, es obvio, los rumores.
Mientras Lasarte se esmera futbolísticamente, el desborde disciplinario de la selección volvió al de sus tiempos más tormentosos. Y, como siempre, el afán es minimizarlo, no sancionarlo y, finalmente, culpar a los rumores periodísticos y las redes sociales de las consecuencias.
Algunos jugadores de esta gloriosa generación son débiles ante sus necesidades. De transmitir, de festejar, de socializar en exceso, de cortarse el pelo, de desafiar la autoridad, de vivir al límite. Le tocó —irremediablemente— a Lasarte, que no pudo ni quiso encontrar las tijeras del peluquero.