Proyectar el comportamiento futuro de la economía es complejo y está sujeto a errores.
A pesar de ello, tener una visión de lo que puede venir es indispensable y por ello insistimos en hacerlo. Incluso es frecuente volver a confiar en quienes efectuaron pronósticos equivocados en el pasado.
Recientemente se ha relevado un contrapunto entre dos economistas destacados a nivel mundial, Paul Krugman y Larry Summers. Discrepan sobre los efectos que producirían los planes de aumento del gasto público propuestos por el Presidente Biden. El primero lo defiende con vehemencia, y el segundo manifiesta su preocupación por las consecuencias de un estímulo excesivo. Una apreciación errónea puede ser extremadamente costosa en el futuro. En la década de los 80, conocimos el impacto negativo que afectó la economía norteamericana y del mundo, cuando dicho país debió tomar medidas para controlar la inflación que se le había escapado de las manos.
Hay muchas explicaciones, varias de ellas apuntan a efectos temporales, pero el hecho concreto es que la inflación de Estados Unidos ha tenido un fuerte repunte recientemente. Si para evitar el efecto de precios especialmente volátiles y de una base alterada por los cierres del año pasado, nos fijamos en la inflación subyacente y la calculamos anualizada por lo que va del año, esta alcanza un valor del 5,2%, que sin duda es al menos una señal de alerta.
Pero quienes ven una ventaja personal o política en un Fisco más expansivo prefieren olvidar las advertencias. Probablemente, también saben que los efectos de los errores en políticas públicas toman tiempo en permear y por ello escuchan solo a Krugman. Nada importa que en el pasado este economista haya tenido grandes desaciertos. No es extraño que ello le suceda a alguien que opina demasiado y de muchos temas. En el año 1998 aseveraba que el crecimiento de internet disminuiría dramáticamente. A su juicio, la mayoría de las personas no tendrían mucho que decirse unas a otras. El impacto de la naciente tecnología no sería mayor que el de la máquina de fax.
Parece más adecuado concordar hoy con la actitud cautelosa de Summers que con la desaprensiva de Krugman. En todo caso, los efectos de esta polémica serán mayoritariamente de mediano y largo plazo. Su real impacto dependerá de muchos otros factores, como el monto de los gastos propuestos que finalmente se concreten y cuán positivas o negativas para el empleo, la inversión y la productividad serán las demás políticas del gobierno americano. A ellos se suma el impacto real que tendrán los cambios tecnológicos de hoy sobre el progreso de los años que vienen y la estrategia de la Reserva Federal, que hasta ahora ha facilitado el financiamiento de los déficits fiscales que genera el aumento del gasto.
En apariencia, las respuestas a las interrogantes anteriores son dudosas, considerando los eventos políticos recientes. Pero si observamos la trayectoria de largo plazo de las instituciones y líderes políticos en Norteamérica, es posible ser optimistas. Finalmente impera la sensatez y el equilibrio, y con ello el país, y por el peso relativo de este, también el mundo, debieran enfrentar un período de progreso auspicioso.
En Chile, en cambio, el diagnóstico de mediano y largo plazo es mucho más incierto. Como el resto del mundo, el país ha tomado decisiones extremas en los meses recientes para intentar compensar los costos de los encierros. Pero ello se suma a un proceso de inestabilidad institucional iniciado hace ya un largo tiempo. ¿Quién hubiera pensado posible hace unas décadas que en regiones enteras el Gobierno no pueda impedir la violencia? ¿Era posible imaginar que el Congreso actuaría como si la Constitución fuera irrelevante? ¿Se podía prever, cuando el Presidente Piñera gana por amplio margen —con la postura de que la Constitución podía seguir reformándose por los cauces normales—, que meses después y ante actos violentos y con carácter de terrorismo, daría un salto al vacío para que se parta de una hoja en blanco?
¿Dónde queda el optimismo de quienes esperaban descomprimir el ambiente social complejo con la creación de una Convención Constituyente, cuando un número sustancial de sus miembros dice no reconocer límites a su poder?
Por años se ha planteado la inquietud de que las pensiones son insuficientes para muchos, especialmente los que no cotizan por el numero de años adecuados. Sin embargo, nada sensato se acuerda. Pero en pocos meses se desmantelan los ahorros de millones y varios proyectos de ley, firmados incluso por la presidenta del Senado, buscan nacionalizar los fondos previsionales. Ello se suma a una vorágine de proyectos y leyes recientes, que en condiciones normales serían inaceptables por desconocer contratos y derechos de propiedad.
La dinámica descrita hace imposible aseverar que este proceso de inestabilidad se detendrá por sí solo. Quizás hace no muchos años se podía decir que en Chile no podían pasar los acontecimientos observados en otros países latinoamericanos. Su estabilidad e instituciones garantizaban que ese no sería el caso. Hoy, esto no es tan seguro. El país puede recomponerse, pero deberá hacer un esfuerzo para hacerlo.
¿Quién hubiera dicho que a partir de fines del siglo XX el socialismo del siglo XXI destruiría Venezuela? Pero sucedió. Un país que producía 3 millones de barriles diarios de petróleo, hoy se alegra de bordear el medio millón. El resto del aparato productivo sufrió aún más. La pauperización de las grandes mayorías ha sido la consecuencia. Chile está aún muy lejos de ese final. Pero si antes parecía impensable, hoy debe trabajar para evitarlo.
El lado optimista de la realidad es que dispone de tiempo y condiciones para hacerlo. La economía mundial se está recuperando con fuerza de los efectos de los encierros. Estados Unidos tendrá un año excepcional de crecimiento, y Europa acelera luego de una pausa el trimestre recién pasado. China, por su parte, parece haber entrado en una etapa de estabilidad luego de los vaivenes iniciados hace más de un año. La industria y las materias primas experimentan récords en su demanda y ello se refleja en mejores precios. Los servicios más afectados por la pandemia —hotelería, transporte aéreo, eventos masivos— aún están lejos de sus niveles anteriores a la crisis, pero hay indicios que inician su repunte.
Es cierto que el nivel de contagios sigue alto en muchos países, pero está claro que al final la solución pasa por aplicar vacunas efectivas a un porcentaje elevado de la población. Las cepas nuevas son un problema, pues aumentan el porcentaje que debe ser inmunizado. Pero la solución existe y al menos en el mundo desarrollado está en plena evolución. Con vacunas con eficacia mayor al 90%, la meta de inmunización varía entre el 70% y el 90% dependiendo de la cepa. Pero si la población sigue manteniendo algunas medidas de protección, bastaría el 50% o 60%.
Chile debe ser quizás más ambicioso, pues la vacuna mayoritariamente usada tiene una eficacia bastante menor al 90%. Pero puede lograrlo, ya que el país tiene el conocimiento y la capacidad para proceder con las alternativas.
Por ello es que no deben sorprendernos las cifras optimistas del reciente IPoM para los meses que vienen respecto al crecimiento económico, aunque fue elaborado antes de conocerse las últimas restricciones de movilidad. El corto plazo se visualiza positivo y con una fuerte recuperación. El país cuenta con instituciones productivas de primera línea a nivel mundial. Aún después de la vorágine reciente de gastos, la posición fiscal es comparativamente sólida. El mercado de capitales aún sobrevive y los financiamientos de largo plazo, inexistentes en gran parte del continente, todavía subsisten.
La mejoría que se avizora y el buen pie que aún conservan sus instituciones económicas, le dan al país la oportunidad de corregir el rumbo. El riesgo es que lo anestesien y prosiga en su declive.