Paula Bonet (1980) ha recibido una multifacética y heterogénea formación: licenciada en Bellas Artes, pintora, grabadora, curadora e instaladora de exposiciones y, sobre todo, escritora. Educada en Valencia, culminó ese proceso en Nueva York, Urbino y, para variar, Santiago de Chile (como Santiago es el santo patrono de España, en cada uno de los países hispanoamericanos y Filipinas hay ciudades con ese nombre; de ahí que, siempre que en el extranjero se menciona a nuestra capital, se añade el país). Bonet, saludada por la crítica y sus colegas de manera quizá demasiado entusiasta —rasgo sobresaliente de autores y recensionistas peninsulares que ven genios a diario— es, como sea, todavía muy joven, posee indudable oficio y su prosa nos traslada a un artificio habiloso, complicado, maduro, que logra nuestra adhesión, un continuo traspaso de los límites, una construcción de su arqueología familiar. Paula Bonet ha llevado a cabo exposiciones en Barcelona, Madrid, Oporto, París, Londres, Bruselas, Urbino, Berlín, Valencia, Miami, Ciudad de México y, nuevamente para variar, Santiago de Chile. Es autora de Qué hacer cuando en la pantalla aparece The End, 813, La Sed y Roedores. Cuerpo de embarazada sin embrión. Ha sido premiada por numerosas instituciones culturales peninsulares, europeas y sudamericanas; en 2018 recibió la medalla al mérito cultural de la Generalitat Valenciana.
La anguila, su último libro, es, en parte, un manifiesto contra la violencia de género, los prejuicios científicos hacia las mujeres aún vigentes, el nunca trillado, gastado ni agotado tema familiar, que Bonet trata con energía, dulzura, solidez; en parte un relato autobiográfico en el cual Paula Bonet es la protagonista narradora, la mujer que aprende de sus hermanas, colegas, amigos y amigas, amantes, abuelos, padres, más todo el entorno familiar que la rodea. Sin embargo, de manera que prima por sobre lo antes dicho,
La anguila constituye un examen, ora clínico, ora sentimental, de la anatomía femenina; un homenaje a la vida, ya sea cuando respiramos, ya sea cuando ya no estamos; una exposición de ideas y vibraciones diferentes; un salirse afuera de lo que siempre hemos estado oyendo, en fin, una incesante búsqueda de formas para escapar de las fronteras que son impuestas por la sociedad, pero, especialmente, por nuestros propios cuerpos.
El estilo de Bonet contiene las variantes que ahora se perciben en la prosa moderna, en cualquier idioma, aun cuando los españoles se han apropiado, quizá de manera excesiva, de estas manifestaciones: puntuación errática excluyendo del todo el monólogo interior; saltos en el tiempo; curiosidades tipográficas; bloques compactos de escritura que producen la sensación de densidad y espesor; carencia o una mínima muestra de diálogos; alteraciones del ritmo argumental, más, por encima de cualquier dato que hayamos proporcionado, una constante mudanza en la perspectiva de quien está hablando. Así, Bonet pasa sin transición ni aclaración cronológica de la primera a la tercera persona o bien a la interpelación en segunda. Tal cual lo anunciamos,
La anguila es, de punta a cabo, un texto autobiográfico, cuya protagonista es la propia Paula Bonet. No hay exhibicionismo, egocentrismo ni menos una gota de farsantería en
La anguila. Todo lo contrario, Bonet es modesta y autocrítica hasta el punto del castigo a sí misma; rechaza, de forma enfática, cualquiera versión de convencionalismo emotivo y este sabio y, al mismo tiempo, renovado y juvenil volumen, lleva consigo la impronta de la rebeldía, el valor, la intrepidez.
La anguila es un libro acerca del físico, externo e imaginario, de la mujer —en este caso, la misma Bonet—; se trata de un ser humano que ama —en esta ocasión, al piloto chileno Javier— y es también amado; que posee lazos indestructibles con sus ancestros, particularmente sus abuelos; que se haya ligado de modo indeleble con sus raíces valencianas (la novela tiene varios pasajes en ese idioma) y que experimenta los más abigarrados modos posibles de mutaciones.
En
La anguila Bonet expone una profunda reflexión en torno al abuso, la violencia mediante el sexo, el parto, el aborto, la sangre, la mugre. La labor de Bonet en calidad de artista plástica se expone por medio de materiales extraños en poder de una diseñadora que enhebra palabras, que mira, observa, disecta a su medio.
El libroabarca la memoria, la herencia, los nacimientos y pérdidas, el deseo —una constante en la historia—, los ademanes, las actitudes adquiridas o desbaratadas, las rebeliones, las huidas y el talante como Bonet ve a Chile. Ella se pinta sin compasión ni filisteísmo, siendo alguien que asume peligros y aquello que significa mirar el pasado sin tapaderas, en busca de una trayectoria nueva. En última instancia,
La anguila es un texto de aprendizaje con final abierto: su existencia se transforma y Bonet culmina autorretratándose con su carne, los ácidos y el óleo de su oficio, los lenguajes de la materia.