Después de tantas elecciones, resultados y análisis, espero que todo siga como debe ser: cambien lo que haya que cambiar, pero no lo típicamente chileno. Así que no me toquen las rifas de Bomberos, porque hace décadas compro el numerito y voy por la bicicleta, el cubrecama estampado o un gomero en su macetero. Nunca he ganado nada y no conozco a hombre nacido de mujer que lo haya conseguido, y tampoco a mujeres nacidas de mujeres. Espero que no cambien los parlamentos de Shakespeare, por lo políticamente correcto. Dejen intocables los misterios universales y chilenos: el talento inconmensurable y las rifas de Bomberos.
Que no les quepa duda, seguiré leyendo al inglés y comprando y dando mi teléfono, con el sueño de la llamada triunfadora y el premio de un monopatín que ahora va en scooter eléctrico. Todo esos años han pasado, entre rifa y rifa.
He sido señorito durante demasiado tiempo. No uno acomodado y ocioso, sino uno paciente y trabajador en esta tierra de promisión y libertad. Dicen que dicen. Lo sigo creyendo en época de elástico y mascarilla.
Me acostumbré a hablar de lado, resoplando entre dientes, enchuecando la boca y torciendo los labios.
Se me estiran las orejas.
La boca seca y reseca de respirar tras una tela que no es de lino fino, ni de terciopelo, ni de seda; qué más quisiera yo que ir de elegante por la vida, pero en vez de eso voy como un mortal miedoso con un pedazo de tela por el rostro, que se desploma, arruga y humedece.
El arco de la nariz delicado y las mejillas, antes rosadas y rubicundas, ahora opacas y amarillentas por la falta de luz; orejas hechas polvo, lóbulos resentidos, canal de hélix molido, y temo por el oído externo y, desde luego, por el interno; desarmado el pabellón, ay de los canales auditivos y la tensión sobre el cartílago.
Es el roce sobre la oreja y un enrojecimiento cada vez más rojo, por eso intenté con tres tipos de crema, pero nada me resultó y fue peor.
Me dieron un remedio casero: amarrar los elásticos con un clip, y en vez de afirmarlos con el arco de las orejas, pasar el nudo por atrás de la cabeza y hacer resistencia con la nuca. Lo probé, se me soltó sin querer y el clip salió volando y rebotó en la pared, donde dejó un hoyito. No lo recomiendo.
Es la frente la resentida, por tantos meses de elástico, y siento como unas puntadas y es un dolor que se esparce con pinzas, pero se extiende, debido a las 48 horas semanales de mascarilla puesta, al comprar, salir, hablar, correr, pedir, respirar entrecortado, rezar sin fe.
Miro al espejo y ahí donde había cierta armonía, más o menos, ahora hay un desequilibrio evidente.
Miro mis manos blanquecinas de tanto lavarlas, blandengues, pálidas y descascaradas. Color mármol, pero no de Carrara, sino de cualquier otro sitio.
Conozco mi destino: comprar otro número de rifa de Bomberos, con la esperanza de ganar un hervidor, incluso una plancha a vapor, y me conformo con un nécessaire Liz Taylor.
Puedo seguir esperando.
Puedo seguir de señorito durante aún más tiempo.