Claudio Orrego terminó por ganar la simbólica elección por la gobernación metropolitana. Pero lo cierto es que la coalición de izquierda, con una candidata de poca trayectoria, le pisó los talones a quien iba apoyado por la centroizquierda y la derecha unidas. Este resultado, tras la elección de la Convención, no hace más que reforzar la actual fuerza electoral de la izquierda.
Ante esta realidad, hay quienes sugieren que más que un giro a la izquierda, lo que habría ocurrido es que finalmente, liberado de algunos cerrojos de la dictadura, pudo hablar el pueblo. Para esos ojos, los treinta años no habrían sido solo malos, sino también impuestos; ahora, Chile despertó.
Es cierto, los constitucionalistas de los ochenta fueron explícitos en su intención de dejarlo todo atado y bien atado. El propio Guzmán sostuvo que el margen de alternativas impuesto por la cancha de la Constitución debía ser reducido, para constreñir un eventual gobierno de los adversarios. En efecto, el Congreso de la transición, con su sistema binominal (protegido con alto quorum), estaba destinado a tener una composición “duopólica”.
Pero las elecciones presidenciales, donde simplemente priman las mayorías, incluyeron desde 1993 a candidatos que proponían cambios radicales y ellos nunca concitaron mayor apoyo. Entre 1993 y 2005, y todavía con voto obligatorio, la entonces llamada izquierda extraparlamentaria obtuvo como máximo el 11% de los votos presidenciales. Desde 2009, con el impulso de ME-O, la izquierda creció hasta poco más de un cuarto de los votos, pero hasta hoy no ha logrado más que eso.
Es cierto, el sistema de partidos se configura importantemente según lo que ocurre en el Congreso, por lo que el binominal podría haber contribuido indirectamente a mantener a la izquierda lejos de La Moneda. Pero las elecciones de alcaldes, que por su carácter más personalista dependen menos del sistema de partidos, no muestran resultados más exitosos para la izquierda. Antes de 2004, los candidatos de izquierda (no Concertación), sumados a todos los independientes, nunca superaron el 10% de los votos. Desde 2004, cuando se reformó el sistema de elección de alcaldes, los candidatos de izquierda sumaron entre 6 y 10% de los votos, y los independientes, que son variopintos, marcaron en torno a 10%, llegando a 17% en 2016. Oferta siempre hubo; demanda, poca.
Se hace difícil sostener, entonces, que durante los famosos treinta años el pueblo quiso siempre otra cosa, mas no se pudo: la alternativa estuvo ahí, periódicamente, al alcance de un lápiz a mina. Por cierto, siempre se puede aducir enajenación en los ciudadanos, pero implica no reconocerlos como tales. Ello parece insultante tanto de parte de quienes los gobernaron y agradecieron, en su momento, sus votos, como de quienes hoy los agradecen. Por de pronto, y aunque siempre hubo autoflagelantes, resulta dudoso que figuras del talante de Ricardo Lagos, con semejante carácter, no hayan sido más que títeres de un plan urdido en los ochenta.
Creer que los actores de nuestra historia democrática reciente, tanto gobernantes como gobernados, carecieron de voluntad propia en la construcción del país es desconocer la fuerza de la democracia como motor de cambios. Lo ocurrido desde el último plebiscito es la mejor prueba de ello.