Casemiro, el bien plantado capitán de Brasil, fue convincente: “Todo el mundo sabe nuestra postura; más claro, imposible”. Hablaba por él y el equipo. Estaban claros.
Claudio Bravo, capitán de Chile, con un prefijo subrayó la claridad: “Tenemos un punto de vista súper claro con relación a la Copa América, a la pandemia, a lo social”.
Lo que tenían claro es que iban a jugar.
Y si alguien imaginó lo opuesto: que no iban a viajar y, por tanto, a jugar, pues bien, se quedó plantado en el pensamiento y sus hendiduras.
¿Pensó en la rebelión de los trabajadores contra la patronal de la Conmebol? Es lo que preguntan los que esperan la revuelta en las afueras del Palacio de Invierno. Gente congelada en el tiempo.
¿Que se sublevaban el delantero sojuzgado y el mediocampista humillado?
Mientras la multitud grita como trueno: “¡El que no salta es dirigente! ¡El que no salta es dirigente!”.
Resumamos el cuento.
Por responsabilidad frente al azote de la pandemia —no digamos la que padece Brasil—, y por solidaridad con los enfermos y caídos, ante la dramática situación, los jugadores dijeron claramente no vamos a presentarnos, y no vamos nomás, porque la prioridad es la salud universal, para todos, en vez de participar en la burbuja, para ellos, de la Copa América.
El epílogo del breve cuento lo sabemos.
Hoy se inaugura, con Brasil en la cancha, y mañana aparece Chile.
El fútbol se debería jugar con dos pelotas: una para la dimensión real, la cruda y tantas veces desoladora, y otra para la dimensión imaginada, voluntariosa y tantas veces afiebrada.
La Conmebol vive gracias a la Copa América y a los derechos de televisión. Es su nutriente, le proporciona sangre fresca y es una necesidad institucional. Sin Copa América el poder de la Conmebol entraría en crisis, por lo tanto, y porque no se realizó en 2020, ahora se le iba la vida entera. No se podía no jugar.
Por lo tanto y en consecuencia, para mover las piernas, salir a la cancha, calentar el corazón y entusiasmar al personal, aumentó el premio al país campeón, que pasó de siete y medio a diez millones de dólares.
Y cuatro millones de dólares para cada selección participante, así se instalan, empiezan a hablar, a nadie le falta y ahuyentan dudas, penas y temores.
Las cajas registradoras no suenan como antes, pero es el dulce sonido del dinero entrando, para el negocio y la buena economía.
Los prohombres, de vez en cuando, recurren a su frase estrella: “Lo demás es música”.
Los hombres normales, sin categoría, acudimos a la música. No como intérpretes, que ni para eso hay talento, sino como un sencillo oyente que sigue el ritmo del mundo.
Escuchemos de Arcángel, oriundo de Estados Unidos, criado en Puerto Rico, experto en el reguetón y el rap, la línea de uno de sus grandes éxitos: “Por la plata baila el mono y aquí yo soy King Kong”.