Entre las muchas cosas que pasaron desapercibidas el año pasado —año inusual como pocos recuerde una vida— fueron los 25 años de “Antes del amanecer” (1990), primera parte de la trilogía que Richard Linklater les dedicó al texano Jesse (Ethan Hawke) y a la parisina Celine (Julie Delpy), que inician su historia cuando se conocen en un tren camino a Viena y deciden pasar la noche circulando por la ciudad antes de separarse inevitablemente, como adelanta el título, al amanecer. En su momento, la película llegó a ser un evento generacional para quienes teníamos entre 17 y 30 años. Si todo comentario es una confesión, nunca fue más cierto que cuando discutíamos respecto de si Celine y Jesse cumplirían la promesa de volver a encontrarse seis meses más tarde en el exacto punto donde se despiden, un andén de la estación de ferrocarril. Dependiendo de si se era —o estaba— escéptico o idealista frente al amor, la pregunta se respondía hacia un lado u otro. La verdad oficial recién se conoció nueve años más tarde, cuando Linklater estrenó “Antes del atardecer” (2004), donde puso a sus personajes —nueve años después— en París. Pero esa cinta merece otra columna, tal como el cierre, momentáneo al menos, de la trilogía, “Antes de medianoche” (2013). La pregunta importante, por ahora, es si “Antes del amanecer” ha resistido honorablemente el paso del tiempo.
Vista hoy, es como si el mismo Linklater hubiera tenido esa pregunta en mente cuando elaboró la cinta. Desde el minuto uno de la cinta, el tiempo, su paso indetenible, es un elemento decisivo del encuentro entre Celine y Jesse. Ambos se conocen arriba de un tren, mientras el paisaje corre del fondo, sin ganas de detenerse, metáfora más o menos obvia del paso del tiempo. Jesse invita a Celine a bajar con él en Viena, a postergar en algunas horas su llegada a París, con el argumento de que será como un viaje en una máquina del tiempo (que le permitirá a ella, cuando sea mayor, volver hacia atrás para explorar un encuentro, uno de los tantos que se dejan pasar en la vida). Y luego está, cómo no, la fecha de vencimiento, el límite de las horas que Celine y Jesse podrán estar juntos, límite que los obliga a intensificar la experiencia en este paréntesis, que al salirse del flujo habitual de la vida —el día—, es natural que suceda de noche. La promesa final, de encontrarse seis meses más tarde, es por último una apuesta contra el tiempo, un viaje al futuro en la máquina de Jesse. El hecho de que en los siguientes 18 años Linklater filmara dos continuaciones de la historia, donde el tiempo dejará todo orden de huellas, tanto en la vida de los protagonistas como en las arrugas de sus actores, solo ayuda a revelar la lucidez del director.
Esta lucidez empapa todo “Antes del amanecer”, y permite que la cinta, tal como sucede con películas de Hawks o Rohmer, eluda los gruesos usos del amor heterosexual (aunque también homosexual) que las películas de todo orden exudan sin pudor. Celine y Jesse se sienten jóvenes, flexibles, abiertos de corazón, pero también inteligentes, de cierta sensibilidad que atrae uno hacia el otro y a la vez los resguarda de exponerse innecesariamente. Estos jóvenes no parecen estar idealizados en su juventud, pero tampoco menospreciados por ella. Son lo que son, y el director los trata con respeto, delicadeza y leve humor. Ayuda, por supuesto, el que haya privilegiado la composición de largos planos continuos, que nunca se ven fríos, estáticos o clínicos, y que sí dejan espacio a los actores para moverse, respirar y lograr actuaciones extraordinariamente finas. El famoso plano en que Celine y Jesse entran a la caseta de sonido de una tienda de discos y, mientras la música suena de fondo, se miran uno al otro pero evitando el cruce de miradas es, en sí mismo, un ejemplo de las exquisitas sutilezas que el cine puede capturar.
Antes del amanecer
Dirigida por Richard Linklater.
Con Ethan Hawke y Julie Delpy.
Estados Unidos, 1995, 101 minutos. En Google Play Movies, Apple Tv y HBO Go
ROMANCE