He disfrutado enormemente —en los intersticios de las tareas— las lecciones del profesor Carlo Ginzburg, gran historiador, escritor y pensador italiano, gracias al seminario “Residencias en Historia”, organizado por el Instituto de Historia UC. Acabo de terminar de ver la segunda, que lleva por título “Plasmar al pueblo. Maquiavelo, Miguel Ángel”. No pretendo resumirla, porque, de entrada, lo que admiro de este gran académico es su extrema cautela a la hora de interpretar la obra de un autor. Creo que todo su esfuerzo intelectual se dirige, precisamente, a advertir acerca de la complejidad de una obra, los matices y dobleces que ella supone, la filigrana de influencias y lecturas que entreteje, los cuales no son sino el reflejo de la complejidad de lo real. Hay en estas lecciones (queda una, por si la quiere ver) un sentido de rigor y de modestia acerca del saber académico que realmente es una comprobación de aquel lugar común que señala la mayor sabiduría de quien más advertido está de lo que no sabe.
La lección de hoy me pareció tan pertinente a nuestra hora política, especulando sobre el hipotético nexo entre aquellos dos autores del Renacimiento italiano, que no puedo resistir el gusto de aludirla. Dónde está la actualidad, me pregunto, ¿en la noticia de último minuto o en un pensar que nos ilumina o configura desde hace siglos? El tema que trató brillantemente Ginzburg en su lección tiene que ver con una metáfora de la política, la cual, en cierta medida, establece un símil entre esta y el arte y, en particular, con el arte de la escultura. El gobernante sería “como un escultor” que, a través del arte político, plasma —le imprime una forma— al pueblo, que es como el bloque de mármol del escultor.
La metáfora está en los escritos de Maquiavelo, que Ginzburg urge a no reducir solo a “El Príncipe”, y, además, estaría implícita en un detalle de la célebre escultura de Miguel Ángel del duque Lorenzo de Medici —ubicada en la magnífica Sacristía Nueva de la iglesia de San Lorenzo, en Florencia—, uno de cuyos brazos descansa sobre un pequeño bloque de mármol que termina en una cabeza de un animal híbrido de zorro y lobo. Conjetura Ginzburg que ese particular ícono gráfico es un guiño del gran escultor y artista italiano a la obra de Maquiavelo. El símil —también si se piensa en la arquitectura, como sugirió un amigo, y en la “casa de todos”— suscita incómodas y fértiles preguntas. El punto, como recordó Ginzburg, es, también para la política, que para Miguel Ángel la escultura es un arte que, por vía de la sustracción de lo que sobra, libera —y no imprime— la forma oculta en el mármol.