Este es el largo más reciente de Angela Schanelec, figura descollante de la llamada “Escuela de Berlín”, un grupo variopinto de cineastas alemanes especialmente atentos a la vida en las ciudades modernas y a las relaciones de poder, bajo el paraguas común de la preocupación por las formas del cine. Estaba en casa, pero… remite explícitamente, en un caso por el título y en el otro por sus imágenes, a Yasujiro Ozu y Robert Bresson, dos cineastas antitéticos, pero parecidamente influyentes en el cine contemporáneo.
Como He nacido, pero…, una obra maestra de Ozu de 1932, trata de la vida de una familia. Y como el Bresson maduro, el de Una mujer dulce y Cuatro noches de un soñador, es una exploración construida sobre la elipsis y la mirada oblicua. Otros aires se atraviesan: el cine de Straub-Huillet, Godard, incluso Buñuel. Sin embargo, el de Schanelec no es cine sobre el cine, sino más bien una búsqueda en los recursos de otros grandes cineastas para tratar de que funcionen dentro de un mundo propio.
En el relato, con una ilación débil y un sentido impreciso, casi extraviado del tiempo, convergen tres líneas; de menor a mayor: la ruptura amorosa entre un profesor y su novia que quiere ser totalmente libre; la representación desdramatizada de Hamlet por un curso de alumnos de primaria, que parece una leve referencia a la figura de la madre; y, sobre todo, la perpleja vida doméstica de Astrid (Maren Eggert), viuda, con dos hijos y con fuertes intuiciones sobre la radical extrañeza de las cosas.
Astrid tiene unas dificultades increíbles con sus actividades más corrientes, pero es difícil precisar la naturaleza de ese desajuste. De allí extrae Schanelec algunas de sus secuencias más memorables: el insufrible esfuerzo para devolver una bicicleta; la pataleta de furia contra los hijos por haber usado la cocina; o el avasallador monólogo que le lanza un director de teatro criticándole su trabajo, que parece traducir las convicciones de la directora sobre el arte y la impostación, y que concluye con una afirmación rotunda: “Una opinión puede ser compartida, pero una opinión no es la verdad”.
Las cosas se desenvuelven a un ritmo lento y extraño, pero al mismo tiempo tajante, como suele ocurrir en las cintas de Bresson. El diálogo es mínimo, igual que el movimiento. Schanelec dota a ese vacío con unos encuadres obsesivos y fascinantes. Todo esto se aproxima a Bresson, pero, claro, nadie filma como Bresson. Es muy difícil, si no imposible, alcanzar ese grado de rigor y de castigo a la retórica fílmica. Hay algo en Estaba en casa, pero… que sugiere que Schanelec lo usa para ir hacia otro lado, que intenta adaptar ese modo para recoger algo íntimo, una decepción y a la vez una fascinación con el mundo sensible. Quizá no lo consiga, pero este es el trabajo de una de las directoras más enigmáticas e interesantes de estos tiempos.
Ichwarzuhause, aber…
Dirección: Angela Schanelec. Con: Maren Eggert, Jakob Lassalle, Clara Möller, Franz Rogowski, Lilith Stangenberg, Alan Williams, JirkaZett. 105 minutos.
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