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Editorial
Viernes 11 de junio de 2021
La candidatura PS
Luego de la elección de este domingo puede empezar una difícil cuenta regresiva para la postulación de la exministra Narváez.
No ha sido fácil para la exministra Paula Narváez mantener vigente su candidatura a la Presidencia de la República. Aunque hace algunas semanas la abanderada del Partido Socialista (PS) agregó el respaldo del Partido por la Democracia (PPD), lo que supuso que su presidente y precandidato, Heraldo Muñoz, bajara su opción, a lo que se agregaron el Partido Liberal (PL) y el colectivo Nuevo Trato, su nombre no ha logrado tomar fuerza en las encuestas, afectando además los propósitos de su colectividad de emerger como principal eje articulador de la oposición.
El fallido intento del PS por sumarse a la primaria del Partido Comunista y el Frente Amplio fue de alguna manera parte de esa estrategia de posicionamiento, influenciada además por el relativo buen resultado que las tres fuerzas consiguieron en la elección de mayo. En ese contexto, los referidos apoyos del PPD, los liberales y Nuevo Trato parecieron por un momento insuflar nuevo potencial a la candidatura de Narváez, que en tal escenario hubiera terminado compitiendo como opción más moderada frente al diputado Gabriel Boric (Convergencia Social) y el alcalde Daniel Jadue (PC). El fracaso de la operación terminó dejando en un incómodo escenario a Narváez y a los socialistas, de vuelta a un eventual pacto con la misma DC a la que antes habían estado dispuestos a aislar.
Empeorando las cosas para la abanderada PS, mientras ella no ha logrado desde entonces remontar en las encuestas, la presidenta del Senado, Yasna Provoste, probable candidata de la Democracia Cristiana (DC), ha venido en cambio consolidando su posición. A diferencia de esta última, que logró perfilarse como dura negociadora frente al Gobierno en la agenda de mínimos comunes, Narváez no cuenta con una plataforma de difusión comparable a la testera de la Cámara Alta. Peor para el PS, Provoste, cómoda en su actual situación, ha evitado explicitar sus intenciones electorales, pese a los insistentes llamados a hacerlo por parte de la candidata socialista y de otros dirigentes de la colectividad.
Cuesta recordar en la historia política reciente un caso comparable al de la exministra Narváez, para quien el apoyo de dos de los partidos más importantes de la centroizquierda, además de otras colectividades, no se ha traducido en potenciamiento electoral. En rigor, ya la irrupción de la exvocera en la carrera presidencial había sido atípica, impulsada por la suerte de “unción” de la expresidenta Bachelet, al firmar esta una carta de respaldo en conjunto con otras mujeres socialistas. Esa señal fue suficiente para echar abajo cualquier otra opción dentro de la colectividad, incluida la de su actual timonel, Álvaro Elizalde. Pero es probable también que el modo atípico en que se impuso su nombre haya dejado heridas que expliquen las descoordinaciones que repetidas veces se han observado entre la candidata y su partido. Eso no es todo, sin embargo. Enfrentado el PS a la competencia de la izquierda dura y al atractivo que generan en una parte de sus propias bases los nombres de Jadue y Boric, el discurso de Narváez ha tendido a moverse en una zona de ambigüedad, validando la crítica a “los 30 años” —leitmotiv de esa izquierda dura— y sin establecer diferencias con suficiente claridad. Esto, sin perjuicio de sus críticas al alcalde de Recoleta, intensificadas a propósito del fracaso del pacto con el PC y reiteradas ahora, en el marco de la controversia por las reglas de la Convención Constitucional.
Con senadores del PPD que también han manifestado su preferencia por Provoste, es probable que, dependiendo de los resultados de la segunda vuelta de gobernadores el domingo, empiece una difícil cuenta regresiva para la candidatura de Narváez. Cabe que, conforme se acorten los tiempos, no solo se esfumen las posibilidades de una primaria convencional con Yasna Provoste, sino que se genere además una presión para proclamar a esta como la candidata de la unidad en la centroizquierda, echando por tierra —de no mediar un repunte— las aspiraciones de la exministra de Bachelet. De este modo, y por paradójico que parezca, la carta “tapada” del partido del que el PS intentó apartarse podría terminar siendo su propia abanderada presidencial.