Al final de la fecha clasificatoria todo se reduce a estados de ánimo. La cosecha, claro, es limitada. Pobre. Desnutrida. Dos de seis puntos. Pero no es esa pobreza la que causa nuestro estado afectivo. Es la forma la que nos deja sumidos en la pena. Porque es eso lo que sentimos: pena. Hay excepciones, es cierto, como siempre. Algunos han elegido la rabia y la descargan sobre Maripán, otros sobre el paraguayo Eber Aquino, otros sobre los operadores del VAR. Pero la rabia, y ya se sabe, no es buena consejera y suele ser injusta.
Esos dos puntos debieron ser cuatro. El de Santiago del Estero y tres en San Carlos de Apoquindo. Y ese contraste es lo que hace más doloroso lo sucedido a los pies de la cordillera. Porque lo mostrado ante Argentina fue tan prometedor, tan consistente como puede ser ganarles un punto clasificatorio a los trasandinos en su casa. Y jugando bien, sin renunciar al protagonismo, a las ganas de ganar. ¿Qué más se podía pedir? Además, con la rejuvenecida generación dorada y su espíritu triunfal.
Con mayor razón había que ganarle a Bolivia. Siempre nos ha parecido un triunfo obligado desde 1926, cuando los altiplánicos debutaron en los campeonatos sudamericanos por la Copa América y se dijo que Chile ya no sería colista, pues según decía Horacio Muñoz, gran seleccionado de esos años: “… ¿y a qué viene Bolivia entonces?” (Y no fuimos colistas). Es cierto que alguna vez no ganamos, pero otra es la costumbre y más aún en casa.
La del martes fue una de esas veces. Empatamos. ¿Se puede empatar pudiendo hacer media docena de goles, con tiros en los postes, pelotas sacadas en la misma línea de gol y algunas rozando los postes? Se puede. Se pudo este martes, que no era 13, pero estaba maldito para la Roja.
Se hizo todo o casi todo para vulnerar a un rival que hizo una defensa tan básica como rústica en su intención de empatar. Dentro del reglamento, a excepción de la demora obscena que hizo el golero Lampe durante todo el partido sin recibir ninguna advertencia del árbitro. (Lampe ya se había ganado tarjeta amarilla por la misma razón en un partido anterior). ¿Qué le faltó a Chile? Tal vez remate de media distancia, aunque en ese bosque verde era una lotería encontrar un espacio sin troncos o ramas. Tal vez no meter centros elevados para delanteros que daban muchos centímetros de ventaja a centrales muy altos. Tal vez alguien diestro en fabricar espacios como el “Mago” Jiménez, que entró posiblemente tarde y tuvo el gol en su primera aparición. Tal vez si hubiese estado Arturo Vidal o si la luna apareciera de día… Porque todo lo demás lo tuvo Chile.
El gol lo tuvo Alexis. Cada remate de Vargas fue un peligro vivo, empezando por el que dio en un poste. Lo tuvo Sierralta en un cabezazo que dio en el travesaño. Lo hizo Pulgar, cuya cabeza llegó más alto que las manos de Lampe.
¿Quién jugó mal en Chile? Nadie. Ni Maripán, que anduvo bien en la marca. Y a propósito: nos mostraron cien veces su mano penal. Las cien veces en cámara lenta, que no demostró nada, pues el ojo humano no ve en cámara lenta (Pero fue penal).
Pero no nos deprime esta pena. Solo nos bajoneará un rato.