Se acaba una semana intensa, con un resultado que demostró en un escenario difícil que los bastiones de la Roja siguen plenamente vigentes. El problema es que se reafirma la solidez defensiva, pero las dudas persisten a la hora de generar y concretar, lo que supondrá una tarea este martes frente a Bolivia, que en las clasificatorias anteriores se llevó un empate desde Santiago.
Cuando las aguas se aquieten y se pueda hacer el balance más fino, quedará otra vez el amargo sabor de la tensión a la que somete Arturo Vidal al grupo y sobre todo al técnico. Su liviandad disciplinaria pone en el cadalso a los responsables de la Roja, que deben lidiar con su actitud, midiéndola con su enorme talento y carácter.
Viene desde la época de Sulantay, estableciendo un flexible código de ética que esta vez deberá tasar Lasarte, con la espada sobre la cabeza: ¿debería ser sancionado o pasarlo, como siempre, a la hoja del olvido?
Este grupo —y su entrenador— se verán sometidos esta semana a otra prueba de carácter, al tener que definirse frente a la realización de la Copa América en Brasil, suscrita con el apoyo y el voto ante la Conmebol. Algo similar a lo que acontecerá en todo el continente, y que seguramente supondrá una disputa entre jugadores y dirigentes, que buscan asegurar los dineros para financiar a sus selecciones, muchas veces exigidas al límite por las peticiones de los mismos futbolistas.
Las paradojas son evidentes. A la absurda decisión de llevar el torneo al país de peores índices pandémicos, se contrapone la necesidad de sumar recursos para mantener los procesos. Los planteles estarían sujetos a burbujas sanitarias, lo que garantiza más privilegios que los de millones de trabajadores en todo el continente, obligados a ir a trabajar en locomoción colectiva, sin los mínimos protocolos que salvaguarden su salud y, muchas veces, por salarios mínimos.
Obligadas a respetar la decisión unánime de organizar la Copa, las Federaciones -incluida la chilena- podrían verse forzadas a actuar con “voluntarios”; jugadores que estarían dispuestos a saltar a la cancha como lo hacen semana a semana en la Libertadores y la Sudamericana o en sus propias competiciones. Ambas partes tienen argumentos débiles para justificar lo que pretenden hacer, más aún en el caso nuestro, donde los jugadores acostumbran a tomar acciones grupales de discutible tono, como no viajar a Lima para adherir de manera muy tibia a las movilizaciones o ejecutar vetos contra sus propios compañeros.
Sea cual sea el final de la historia, también colocará a Milad y su directiva en el escenario de un nuevo conflicto. Y ya sabemos como se manejan todos cuando se camina sobre el filo de la navaja.