Hasta hace poco se celebraba un día jueves, y en nuestro país era feriado civil. Ahora en domingo. Solía ir acompañada de procesiones festivas por las calles alrededor de parroquias y templos. Hoy tendremos que celebrar discretamente, estamos en tiempo de pandemia. Esta celebración viene a reforzar festivamente lo que reconocemos —en la tradición cristiano-católica— la presencia viva y actuante del mismo Cristo en las especies de pan y vino consagradas en la Eucaristía. Aunque sea bueno llamar al pan, pan, y al vino, vino, ellos nunca son solo el pan y el vino. En ellos —fruto de la tierra y del trabajo humano, como rezamos en el ofertorio— hacemos evidente la cadena de interdependencia que nos conecta a unos con otros, con la naturaleza, con el mismo Dios creador, que en la persona de Jesús ha querido ofrecernos caminos de plenitud. Muy poco de lo que tenemos y somos es simple mérito individual: conectados en eslabones de amor y cooperación somos capaces de colaborar en la construcción de un mundo mejor.
En la tradición más antigua de la Iglesia la Eucaristía es un momento de encuentro de acción de gracias y de memoria del gesto de Jesús: no solo el de la última cena que se recuerda en el evangelio que proclamamos hoy, o el de su muerte y resurrección, sino el de toda su vida ofrecida para la vida del mundo. Es explicitación de su ejemplo, su persona, su proyecto, llamado el Reino de Dios: que vivamos siguiendo sus enseñanzas, alimentados por el pan vivo que es su palabra, transformando nuestro mundo para bien.
“El pan que tú retienes, le pertenece al hambriento”. Esta frase de San Ambrosio conecta las obras de misericordia corporales, tal como han sido explicitadas en la parábola del Juicio Final (Mt. 25, 31ss), con la dimensión comunitaria y de interdependencia que mencionamos. Reflexionaba esta semana en un encuentro online, Enrique Cueto, director de LATAM, mirando nuestra historia reciente y la crisis en que estamos sumergidos: “Si uno hiciera una revisión, por el lado de los privados, deberíamos haber sido capaces de distribuir mucho más el éxito. Creo que el Estado tampoco ha estado a la altura y, además, ha habido mucha desconfianza entre ambos. Pero hay que ponerle el hombro, escuchar, respetarse y pensar que no hay blancos o negros, solo grises”
El milagro de multiplicar los panes, que reconocemos en Jesús, tiene mucho que ver con hacer posible la cooperación y los acuerdos. Y junto con ello, procurar que el pan llegue a todos los que tienen hambre. Hagamos lo que esté a nuestro alcance para que en esta convención constituyente que se avecina, y en cada uno de los procesos de instalación de nuevas autoridades, quienes han sido elegidos para representarnos y conducirnos se comporten como verdaderos compañeros y compañeras: quienes comparten el pan, quienes se sientan a la misma mesa, y la ensanchan para que todos encontremos un lugar en ella. Procuremos que las reglas de convivencia de esta casa común que es nuestro país posibiliten que todos sus hijos e hijas podamos tener lo que necesitamos para vivir, desplegar nuestras capacidades y libertades, y ser profundamente felices.
“Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: ‘Tomen, esto es mi Cuerpo'. Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella. Y les dijo: ‘Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos. Les aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios' ”.
(Mc.14,25)