Claudio Bravo, Mauricio Isla, Gary Medel, Eugenio Mena, Charles Aránguiz, Alexis Sánchez y Eduardo Vargas, esos siete jugadores, entraron a la cancha y fueron titulares para el Chile frente a Australia en el Mundial de Brasil del 2014.
Esos siete, el jueves pasado y en junio de 2021, participaron en la selección que empató con Argentina en Santiago del Estero.
En realidad debieron ser ocho, si Arturo Vidal no se hubiera contagiado.
Es la fortaleza de un grupo persistente, con claridad en el atardecer y con la misión de ir a un último mundial. Es ahora o nunca, por cierto, no para el país y menos para las nuevas generaciones, pero sí para ellos, y por eso colocan condiciones, que por lo demás merecen con largueza y méritos, así que son esos siete, digamos ocho y dos en la banca, Fabián Orellana y Jean Beausejour, diez en total.
Los entrenadores de la Selección de Chile para este período -le tocó a Martín Lasarte- deben escuchar el mandamiento y ser funcionales, en otras palabras, ser laterales. Siempre dicen que los protagonistas son los jugadores y no ellos. Exactamente.
Es tal la dureza y resiliencia de esos siete, ocho o diez, que los que completaron once en la cancha frente a Argentina, ya suman experiencia: Erick Pulgar debutó el 2015 por la selección; Pablo Galdames y Guillermo Maripán el 2017, y Jean Meneses el 2109.
Eso demuestra que entrar al grupo implica leer el cartel pegado a la puerta, donde se pide golpear, pedir permiso y hacerlo con respeto. Es para los recién llegados, incluidos los viejos (ojo, con eso), y se incluye al entrenador, que debe cuidar al grupo en cualquier circunstancia: faltas disciplinarias, errores etílicos, imprudencias y contagios, atrasos y salidas de protocolo. Hasta ahora vamos bien.
El DT también puede conceder lo que Reinaldo Rueda, un hombre aburrido, nunca dio: entrevistas, explicar lo explicable e inexplicable y asumir el riesgo de las preguntas irritantes y desdeñosas, porque esa es la realidad: el entrenador de Chile es un actor secundario.
No es que los jugadores se manden solos, esos siete, ocho o diez, pero el que los mande, es una manera de decir, debe partir por ellos, seguir con ellos y terminar con ellos, por lo tanto, debe convocarlos siempre, a todos y sin excusas (nunca olvidar a Mena), también con manga ancha y perdón (léase 'Edu' Vargas), y ponerlos donde se debe y reemplazarlos cuando corresponda.
¿Qué otra cosa puede hacer?
En los microciclos lo que quiera. Llamar a decenas y concentrarlos, mostrar su oficio y crear esperanza, que nunca está demás. Los microciclos, se lo damos firmado, le pertenecen por completo al director técnico de Chile. En la hora de la verdad no hay engaño, solo calco, repetición y modelo antiguo: los mismos siete, en realidad ocho y diez en total.
Y así nos clasificamos o así nos hundimos. No hay más.