Edmundo Pérez Zujovic (1912-1971) fue un destacado dirigente de la Democracia Cristiana, que sobresalía por su liderazgo, carácter ejecutivo y personalidad recia. Durante el gobierno de Eduardo Frei Montalva fue ministro de Obras Públicas, de Economía y finalmente de Interior. Mientras ejercía esta última cartera se produjo la matanza de Puerto Montt, en marzo de 1969, que afectó a once pobladores que participaban en una toma de terrenos. El ministro asumió la “responsabilidad política” del acontecimiento, pese a no haber tenido parte en el hecho. Sin embargo, la polarización política creció. “Estamos viviendo en un estado policial”, aseguró el senador Salvador Allende en la discusión respectiva en la Cámara Alta. Frei y su ministro del Interior no se podían sacar de encima la responsabilidad “frente al pensamiento y al corazón del pueblo”, señaló la senadora Julieta Campusano en la misma ocasión. La propia izquierda de la Democracia Cristiana dirigió sus dardos contra el ministro, con escasa camaradería y sumándose al coro de la oposición al gobierno de Frei.
Tras el fracaso de una acusación constitucional en su contra, promovida por la izquierda, Pérez Zujovic dejó el gobierno para dedicarse a sus actividades empresariales. Algunos pensaban que podría haber sido un buen sucesor en La Moneda, pero él consideraba que no correspondía, porque “no tenía estudios universitarios” y ya avanzaba la candidatura de Radomiro Tomic dentro del PDC. Tras la derrota de 1970, Pérez Zujovic promovió que el partido se integrara al gobierno de la Unidad Popular, en la línea de contribuir a preservar la democracia, si bien finalmente triunfó la tesis de la independencia y el apoyo de la elección de Allende en el Congreso Pleno, previa aprobación de un Estatuto de Garantías Constitucionales.
Pérez Zujovic, fuera de la política cotidiana, volvió a las noticias de una manera dramática el 8 de junio de 1971. Esa mañana, un grupo de la Vanguardia Organizada del Pueblo (VOP) lo siguió mientras viajaba en automóvil con su hija María Angélica y lo atacó con múltiples disparos, provocando su muerte casi inmediata. Era una venganza por Puerto Montt, por lo cual muchos lo culparon y, sobre todo, lo “marcaron” y lo hicieron objetivo “de injurias y torpezas, como si se preparara así este sangriento sacrificio”, como resumió El Mercurio al día siguiente. Patricio Aylwin sostuvo que “el sectarismo totalitario que provoca en muchos la ideología marxista-leninista” generaba “un odio destructor”, agregando que “Edmundo Pérez cayó víctima de ese odio”. En la misma línea, el cardenal Raúl Silva Henríquez aseguró que había sido “acribillado por el odio”, asegurando que era necesario “matar el odio, antes de que el odio envenene y mate el alma de nuestro Chile”.
Además del aspecto humano, el asesinato de Pérez Zujovic tuvo una consecuencia política crucial para el Chile de entonces, pues alejó a la Democracia Cristiana de la Unidad Popular. Desde ahí en adelante el PDC pasó a ser el principal partido opositor, hasta el 11 de septiembre de 1973; por otra parte, tendría acuerdos y pactos electorales con el Partido Nacional, el principal partido de la derecha, para enfrentar a la UP. Todo se desarrollaba “sobre el trasfondo del asesinato de Edmundo Pérez Zujovic”, como resume Luis Corvalán Márquez. ¿Por qué ocurrió eso, en circunstancias que el propio Presidente de la República condenó el asesinato y que esta acción se salía claramente de la línea fijada por el gobierno de la UP?
Al respecto, confluyen varios aspectos. Si bien la DC no podía culpar al Ejecutivo del crimen, sí reiteró por diversas vías que el gobierno contribuía a formar el clima de odio que reinaba en Chile, del cual el ministro falangista era una clara víctima. Luego, porque los asesinos –si bien ajenos a la UP y a su modo de construcción del socialismo– habían sido previamente indultados por el Presidente Allende y por eso estaban libres. Además, las autoridades de la Policía de Investigaciones tenían información sobre un posible atentado contra algunos líderes DC y no advirtieron sobre el particular. Finalmente, porque desde la prensa afín al gobierno e incluso a través de los artistas de izquierda se cultivó el odio contra Pérez Zujovic, como ilustraba claramente el mensaje de “Preguntas por Puerto Montt”, la canción de Víctor Jara. Como resumió Frei Montalva, “la mentira sistemática, la calumnia como instrumento, la grosería sin límites” muestran el trabajo de algunos que “van marcando a las víctimas”. El crimen de Pérez Zujovic era una manifestación triste y fatal de esa pendiente resbaladiza de decadencia. Después del suceso, Chile no volvería a ser el mismo.
La Unidad Popular, por su parte, se vio claramente perjudicada y perdió capacidad de maniobra política, como señala Patricio Quiroga en su obra sobre el Presidente Allende. De esta manera, fueron censurados el presidente del Senado y el vicepresidente de la Cámara. El propio gobernante llegó a preguntarse retóricamente: “¿A quién perjudica el asesinato del exministro del Interior?”. La respuesta, como era evidente, es que perjudicaba al gobierno, por lo cual circularon algunas teorías de la conspiración, montajes e intervenciones derechistas o imperialistas. Sin embargo, la VOP, una mezcla de delincuencia común y proyecto revolucionario, había cometido el crimen, cambiando con ello la historia. El MIR sostuvo que sin perjuicio de sus sentimientos, “entregaron el pretexto que la derecha y el freísmo” buscaban para iniciar “su ofensiva reaccionaria y sediciosa”.
En realidad, el problema era manifestación de algo mucho más profundo: la dinámica del odio político y la polarización suele escaparse de las manos, y tiene consecuencias humanas e institucionales mucho más profundas que las imaginadas en un primer momento.
Alejandro San Francisco
Académico Universidad San Sebastián y Universidad Católica de Chile