Las nuevas generaciones de políticos, supuestamente con méritos de mayores estudios, mística y entusiasmo, deberían aportar al lenguaje de su profesión. Sucede lo contrario. Un segmento de los jóvenes políticos escala con un léxico soez, agresivo, hasta odioso, subterránea o abiertamente horadador de las instituciones, justificador de la violencia, verbal y física. Piensan, erradamente, que verbalizan lo que sus seguidores quisieran oír. Creo que están equivocados, hacen daño con pauta ascendente de conflictividad, en un país que merece unir esfuerzos para responder a las adversidades, oportunidades y a las legítimas aspiraciones de bienestar de la población.
William Safire, brillante columnista del New York Times, redactor de importantes discursos presidenciales, en su notable Diccionario de la Política, sostiene correctamente que el lenguaje de la política es cambiante, de conflictividad y drama, de demandas y persuasión, para destruir a algunos y cambiar la mente de los demás. Safire es realista; denuncia y recorre, con fechas, nombres y apellidos, la historia moderna del asesinato de imagen, difamación, injurias y prácticas sucias en la política de los Estados Unidos, como las sufridas en Chile por el expresidente del Senado y de la UDI Jovino Novoa.
El Diccionario acopia más de medio millón de palabras, cerca de dos mil definiciones empleadas en política. Su compilación de palabras, frases obsoletas y neologismos no incluye expresiones de la agresividad, mal gusto, grosería y falta de ingenio empleadas corrientemente por algunos políticos chilenos para descalificar y promoverse. Ignora términos de esa índole no por censura, eufemismo o delicadeza; los excluye simplemente en razón de ser más bien muestras de barbarismos, expresiones que no se utilizan, impopulares en su país.
Mientras un segmento de los políticos nacionales reclama y dice luchar por la dignidad y el respeto de los derechos de los demás (palabras de mayor mención en el último tiempo), utilizan cuñas de intolerancia para arrasar con sus adversarios y cancelar sus opiniones. El fraternal trato de camaradas, hermanos y compañeros solo sirve para iniciar sus reuniones internas, para aceitar las maquinarias de los partidos y movimientos; luego, en su expresión pública, agreden sin escrúpulos a sus opositores. Dicen ser defensores de la inclusión y practican la exclusión. Afirman pretender desalojar a la élite y son la élite.
Benjamín Disraeli, destacado Primer Ministro británico, afirmaba que se gobierna con palabras. Según lo que escuchamos de algunos nuevos políticos, a menos que cambien, sus malas palabras llevarán a malos gobiernos. Chile se merece un lenguaje más constructivo y civilizado.