Quizás porque estamos en la mitad del otoño, una tenue melancolía suele asaltarnos cuando caminamos entre árboles deshojados, melancolía que se ha intensificado a causa de la persistente pandemia. Esa melancolía otoñal y pandémica tal vez es la causa de que relea mucha poesía en estos días. Poetas chilenos de las más variadas “cepas”: en Chile salen poetas hasta debajo de las piedras.
La poesía es un retorno: una vuelta a casa, a lo más íntimo y esencial, de lo que nos alejamos con frecuencia. Como sucede con el Dios de la infancia, a quien acudimos solo cuando nos sentimos afligidos o amenazados; también solemos volver a los poetas en momentos extremos: cuando hacemos una declaración de amor o cuando despedimos a un ser querido, o sea, cuando las palabras nos faltan: la poesía parece internarse con mayor seguridad en lo indecible, en las zonas mudas. Pero debiéramos leer siempre, al menos, un poema al día. Los japoneses lo han tenido claro desde muy antiguo. Una milenaria enseñanza ética nipona señalaba: “¿estás angustiado? Entonces no digas nada malo; solo compón un poema. ¿Estás preocupado porque te hallas a punto de morir dejando cosas inacabadas? Entonces sé valeroso y compón un poema sobre la muerte”. Es la tradición del “jisei”, poema de despedida de la vida. Siempre nos estamos despidiendo, porque cada minuto es único e irrepetible y “debemos ser más rápidos que la rápida separación” (lo dijo Rilke) y la poesía es el arte de despedirnos.
Estoy seguro de que si los chilenos leyéramos un poema todos los días, seríamos un mejor país. Cada vez que nos extraviamos, la poesía nos devuelve a nuestro centro. En estas décadas, por ejemplo, nos dejamos hechizar por la magia economicista y confiamos excesivamente en esa “ciencia”, creyendo que sus índices bastaban para leer bien al país real. Privilegiamos el Producto Interno Bruto (PIB) y descuidamos el Producto Interno Delicado (PID): educación y cultura, el “alma del pueblo”, según Gabriela Mistral. ¡Si hubiésemos leído el poema “Con usura” de Pound…! Hoy, el extravío es otro: nos hemos dejado exceder por un legítimo malestar, transformándolo muchas veces en resentimiento e intolerancia, en vez de darle una deriva resiliente... Otra vez los japoneses: “¿estás enojado? No digas nada malo. Compón un poema”. Este poema de Auden puede servirnos hoy: “¿y dónde encontraremos cobijo/ para la alegría o el simple bienestar/ cuando apenas nada queda en pie/ más que los suburbios de la discordia?”. No hay que invertir la energía psíquica en levantar esos “suburbios de la discordia”, sino en construir una ciudad mejor.
¿Qué pasaría si los constituyentes leyeran todos los días un poema? La poesía abre, desata lo que está anudado: ojalá ese estado de espíritu reinara en el Palacio Pereira. Estoy convencido de que el ser profundo de Chile es poético: cada vez que nos alejamos demasiado de ese ser, nos va mal. Nos va mal cuando nos entregamos a las abstracciones (ya sea la economía o las ideologías): la poesía es una forma de resistencia a esas abstracciones, que llevan en sí mismas el germen del nihilismo. Teillier nos lo recuerda: “la poesía es un respirar en paz para que los demás respiren”. Respirar en paz, no pensar desde la rabia o el miedo. Nuestra fuerza y poder están ahí, en la respiración poética. No necesitamos más teorías para entendernos, necesitamos más poesía, un lenguaje común no devastado por la sospecha. Para acercarnos al otro, para escuchar de nuevo a la tierra y para escuchar nuestro ser más interno. La poesía es fundamentalmente “escucha”. Y como dijo una vez Hölderlin: “los poetas ponen los fundamentos de lo permanente”. ¿Por qué no buscamos entre los versos de nuestros poetas (el “otro pensar” de Chile) nuevos y mejores fundamentos? Hölderlin también dijo que “la poesía es el hospital para las almas heridas”. Sanemos nuestras heridas desde ahí, con poemas: nuestros remedios caseros.