Predomina la ebriedad por un cambio radical sin saber mucho hacia dónde, a excepción de los inefables comunistas. La ex-Concertación y la derecha lucen anonadadas. Aunque parezca un poco despistado decirlo, el equilibrio del país dependerá de que ambos conglomerados conserven protagonismo, operando en algunos sentidos de manera convergente.
Una rápida mirada a los constituyentes nos hace ver una tendencia a la representación corporativa, que poco ha tenido que ver con la democracia en los últimos cien años. Junto a los comunistas y, en menor grado, el Frente Amplio, desean desplazar del reino de la política a la ex-Concertación o Unidad Constituyente. Llama la atención que en general pertenecen a una clase media ilustrada, que ha tenido nuevas oportunidades gracias a las transformaciones de cuatro décadas; se diría que vienen a ser una intelligentsia del siglo XXI y no precisamente proveniente de los “humillados y ofendidos”. Su edad promedio, 45 años, hubiera sido madura en otra época, solo que hoy la adolescencia parece eternizarse. La 253° Constitución de América Latina podría ser una suerte de skate puesto a su disposición.
Una lectura más en diagonal deja ver, tanto en los “independientes” como en algunos de la “Lista del Pueblo”, una veta libertaria, con un algo de liberalidad que podría apuntalar un tanto del espíritu liberal, corazón de toda cultura democrática. Lo mismo podría decirse de uno de los varios corazones del Frente Amplio. Y junto a las vaguedades, asoman golpes de lucidez y sensatez en varios de ellos. Rebeldes a las soluciones totalitarias, pueden caer en sus redes seductoras, y al final ser víctimas de urdimbres del PC, tal cual como la totalidad de la izquierda rusa lo fue a manos de los bolcheviques hace un siglo.
Aquí hay una tarea para esas dos fuerzas derrotadas en las últimas elecciones: atraer a los rebeldes a un centro de gravedad que transfigure a los actores antisistema en un aporte al sistema institucional, donde este por cierto no queda inmune a la evolución. En lo inmediato, la derecha tiene muchas menos posibilidades de desaparecer que la centroizquierda.
Para esta el problema es más complejo, puesto que además requiere de recambio generacional. A este ritmo podría ser reemplazada por completo por los diversos actores antisistema, unos más exaltados que otros. Cumplir un papel de apología del orden actual la aleja de su mito fundacional —salvo la DC— de la fidelidad a las ideas de Salvador Allende. No habría cómo cuadrar el círculo. Aún más, solo va a sobrevivir si es capaz de abrazar sin rubor un ideario y práctica de socialdemocracia, manejando las relaciones con la izquierda más radical, esa que no pretenda imponer un modelo revolucionario, digamos el chavismo. Si la centroizquierda a su vez se radicaliza, los herederos o secuestradores del estallido la van a sobrepasar largamente en ofertas y acción.
Haría bien en mirar a la Europa mediterránea. Parece ser el juego de Pedro Sánchez con Podemos en España; o lo que efectuó el Partido Democrático (excomunista, de lo que ahora no quiere saber nada) en Italia, con el Movimiento 5 Estrellas, que tiene un regusto lejano a nuestros independientes. Interesante ha sido la evolución griega, donde Alexis Tsipras y su radical Syriza parecían un chavismo helénico; al final, tuvieron que ser moderados y el electorado le devolvió el favor a la derecha tradicional en 2019; ojalá que esta última haya aprendido la lección.
Claro, ello ocurre en Europa y no estamos allá. Pero, como decía un informe que leía el general De Gaulle cuando viajaba a Chile, este país venía a ser “una réplica lejana de Europa”.