Después de pasar a fase dos, me ha tocado administrar numerosos bautizos y matrimonios que estaban pendientes, algunos incluso del año pasado, en su gran mayoría guaguas y novios de inmigrantes. El aforo arbitrario limita mucho a estas familias y su celebración se hace con un número muy restringido. Claramente uno ve que esos padres y novios buscaban el sacramento, más que el acontecimiento social o familiar.
También he estado toda la semana celebrando primeras comuniones que no se han podido dar antes, distribuyendo a niños y padres en grupos pequeños. Muchos de ellos estudian en colegios públicos o municipales, y forman parte de una pequeña minoría católica, que se preparó para este sacramento. De estos niños, muy pocos asisten regularmente a Misa los domingos; son contados con los dedos de una mano.
Según un sondeo del año 1998 (CEP), el 18% de los católicos asiste a Misa. En la encuesta del Bicentenario del 2019 disminuye la cifra: es un 11% sumando a los servicios funerarios.
Una primera conclusión es que llegó el momento de pensar seriamente en que los católicos en Chile somos minoría. No faltará quien me diga: “pero, padre, una persona bautizada no deja de ser católica por no asistir a Misa”. Hace pocos días leíamos en la Eucaristía: “Si me amas, guardarás mis mandamientos… (asistir a Misa los domingos es uno de ellos). El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama. Y el que me ama será amado por mi Padre, y yo le amaré y yo mismo me manifestaré a él” (Juan 14, 15; 21).
Con esto quiero decir que cuando se es minoría, la identidad no es algo accidental, sino que es esencial. En los años sesenta, J. Ratzinger —más tarde Benedicto XVI— presagiaba una Iglesia que va disminuyendo: “Se hará pequeña, tendrá que empezar todo desde el principio. Ya no podrá llenar muchos de los edificios construidos en una coyuntura más favorable. Perderá adeptos, y con ellos muchos de sus privilegios en la sociedad. Se presentará, de un modo mucho más intenso que hasta ahora, como la comunidad de la libre voluntad, a la que solo se puede acceder a través de una decisión. Como pequeña comunidad, reclamará con mucha más fuerza la iniciativa de cada uno de sus miembros” (Fe y Futuro, 2007). ¿Será esta arquidiócesis una excepción?
En mi parroquia doy gracias a Dios por la llegada de inmigrantes, que la han revitalizado. Otras literalmente las han resucitado porque estaban semivacías.
Me parece que el texto de Ratzinger no es pesimista, sino realista porque indica tres caminos para llenarnos de esperanza y hacer actual este querer de Dios Padre: “Vayan, pues, y hagan discípulos a todos los pueblos” (Mateo 28, 19).
Ahora en Chile, la Iglesia, como comunidad minoritaria, requiere una plena identidad cristiana de sus bautizados: “se presentará de un modo mucho más intenso que hasta ahora”, sin medias tintas. En una Iglesia pequeña, cada uno libremente hace propio el mensaje completo de Jesús, integrándose “a través de una decisión personal”, que no es fruto de la inercia. Por último, esta pequeña comunidad cristiana, “reclamará con mucha más fuerza la iniciativa de cada uno de sus miembros”, que la sienta como propia y no la mire desde un balcón.
Este envío del Señor “hagan discípulos a todos los pueblos” es en primer lugar motivo de examen: ¿quiero de verdad vivir con fidelidad e integridad el mensaje de Jesús? Solo así “la Iglesia encontrará de nuevo y con toda la determinación lo que es esencial para ella, lo que siempre ha sido su centro: la fe en el Dios trinitario, en Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, la ayuda del Espíritu que durará hasta el fin” (Ratzinger, J. en Fe y Futuro, 2007).
“Vayan, pues, y hagan discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos”.
(Mt. 28, 19-20)