El 5 de junio de 1953, a las 21:50, Josef Vissarianovich Stalin, secretario general del Comité Central del Partido Comunista y presidente del Consejo de Ministros de la Unión Soviética, murió a los 74 años a causa de una falla cardiovascular y respiratoria, según el comunicado oficial. Terminaba así la era inaugurada 30 años antes, cuando Stalin (cuyo apellido natal era el georgiano Dzhugashvili) tomó la sucesión de Lenin e inició una feroz dictadura en la que, según las acusaciones posteriores, 27 millones de rusos fueron perseguidos y asesinados por razones políticas. Durante su régimen, Stalin también dirigió las fuerzas soviéticas que derrotaron a las de Hitler en la Segunda Guerra Mundial (“Gran Guerra Patria” para los rusos), motivo por el cual millones de personas se sentían en deuda con el “gran camarada”.
Decenas de camarógrafos filmaron, en toda la URSS, la reacción del pueblo y el posterior velorio y entierro de Stalin, que deben calificar entre los más monumentales de la historia humana. Meses después, seis importantes cineastas soviéticos, encabezados por Grigori Alexandrov y Sergei Gerasimov, fueron convocados para reunir ese material y montar una gran película conmemorativa. El resultado fue un largo en color titulado El gran adiós. En cuanto estuvo terminado, fue prohibido y archivado. A semanas de la muerte del jefe, ya habían comenzado las purgas en camino a la “desestalinización” oficial.
El cineasta de origen ucraniano Sergei Loznitsa, director de cuatro cintas de ficción y 25 documentales (incluyendo Maidan, que tuvo gran difusión en Chile en 2019), recuperó esos materiales e hizo una gran reconstrucción en color y blanco y negro, desde el momento en que se anuncia la muerte en todos los rincones de la URSS hasta la sepultación en el mausoleo de Lenin.
Las imágenes son extraordinarias y translúcidas: muestran el culto a la personalidad del estalinismo, pero también la auténtica congoja de obreros, campesinos, soldados y ciudadanos que se congregan en filas interminables para saludar al cadáver de un líder inmenso. La huella de la historia es visual: pasan por las imágenes el legendario Zhou Enlai, un joven Nicolae Ceaucescu, el alemán Walter Ulbricht, y, en los discursos de despedida, Malenkov, Beria, Molotov, Kruschev, la pandilla que a partir de ese instante se disputará la URSS sin piedad ni pudor.
El caso es que Loznitsa es una especie de integrista del archivismo, que evita que los originales sean contaminados por materiales añadidos, un punto de vista adecuado para historiadores y estudiosos de la historia soviética. Con su decisión se pierde la oportunidad, primero, de contar la historia de la película prohibida y, luego, de ofrecer un contexto explicativo para los legos.
Es un caso en el que la santa pureza fílmica se resiste a la didáctica. Y a pesar de ese radicalismo un tanto tedioso, conserva y revitaliza unas imágenes fascinantes, hipnóticas, en un extraño espacio espectral donde reviven, no Stalin y sus monstruos, sino las miles de personas que estuvieron allí y que ya no existen.
GOSUDARSTVENNYYE POKHORONY
Dirección: Sergei Loznitsa. 91 minutos.
En MUBI