“Perdone usted, pero eso no”: No todas las opiniones son respetables.
“Si alguien dice que las mujeres son inferiores a los varones, pues sencillamente no me parece que sea una opinión respetable; tampoco me parece respetable que se considere a los varones inferiores a las mujeres”.
Esto nos decía la catedrática Adela Cortina en una conferencia en la Universidad Católica a fines de 2015. Eran los tiempos de la Presidenta Bachelet II y ya se hablaba de una nueva Constitución. Ella decía que le parecía “una tontería” responder a una persona con la cual disentía en temas esenciales “esa es su opinión y la respeto, pero yo pienso distinto”. Y agregaba “yo llegué a la convicción de que no todas las opiniones son respetables”.
Estaba haciendo una distinción muy importante entre pluralismo y “ética de los mínimos”. Podemos tener preferencias muy diferentes sobre “la vida buena”. Para unos será el deporte, para otros la lectura, y para los terceros, el ejercicio de su profesión. También podemos optar por ser creyentes o no. Esa elección nuestra es lo que nos hace más felices, más plenos. Esta vida buena es una opción personal, nadie la puede imponer.
Las sociedades pluralistas abren amplios caminos para el desarrollo de cada persona, la expresión de su ser más íntimo, de su creatividad. Son, por ello, mejores sociedades y están en la base del progreso de los países. Por esto, debemos fomentar nuestra diversidad y respetar a quienes sean distintos a nosotros.
De allí la importancia de la libertad de elegir, aunque nuestra libertad personal tiene límites. No todo está permitido. La libertad debe ejercerse dentro de un marco definido por la ética y las condiciones de orden económico, social, jurídico, político y cultural. En un país civilizado, nosotros, los ciudadanos, debemos ser los primeros en poner límites a nuestra propia conducta.
No podemos construir una vida como país si no encontramos un mínimo de valores compartidos; de no cumplirlos, caemos en la inhumanidad. Es lo esencial de la cultura de un país. Es su “capital ético”.
Por ello la catedrática Cortina dice con firmeza frente a algunas opiniones: “perdone usted, pero eso no”. En una sociedad pluralista hay ciertos principios de justicia mínimos que todos debemos respetar. Redactar una Constitución tiene que ver con ponernos de acuerdo en estos mínimos de justicia.
En los mínimos que nos definamos debe haber un consenso amplio, como seguramente ocurrirá con la importancia del respeto a la dignidad y la vida de las personas, la igualdad ante la ley, y la inclusión de valores tan fundamentales como la libertad, la justicia, la solidaridad y la seguridad.
Consenso no es unanimidad. Hemos definido 2/3 de aprobación como suficiente. Pero lo que sea que se apruebe se hace obligatorio para todos. Van a ser “nuestros valores comunes” democráticamente plasmados en nuestra Constitución.
Pero ser ciudadanos de Chile no puede limitarse tan solo a definir un catálogo de derechos y deberes individuales, sino reconocer los vínculos afectivos y jurídicos que nos unen y nos obligan con nuestros conciudadanos. También formamos una comunidad. Compartimos un mismo pedazo de tierra en un rincón del mundo, una historia, cultura y tradiciones transmitidas por generaciones, y un idioma común. Además, vibramos con muchos de los mismos sentimientos. Por consiguiente, aunque escribir nuestra Constitución se refiere a la definición de nuestra realidad política y jurídica, y de nuestros derechos y deberes como ciudadanos libres e iguales ante la ley, de un modo muy real vamos también a estar redescubriendo lo que nos une desde una perspectiva emocional.
Nicolás Majluf Profesor Emérito Departamento de Ingeniería Industrial y de Sistemas, UC