Hace un año y medio hablábamos del “estallido social”. Hoy debemos hablar del “estallido político”. Esa es la primera lectura que se puede hacer de las recientes elecciones. Treinta años en que los resultados eras previsibles (bastaba sumar o restar unos pocos puntos a los resultados de la elección anterior) han dejado de serlo. Y, de paso, han puesto un enorme signo de interrogación sobre la existencia de los partidos tradicionales.
¿Qué pasó el domingo?
Básicamente, un asesinato al padre. Esa figura metafórica que utilizaba Freud para expresar el momento en el que las personas se emancipan.
La figura tiene mucho que ver con lo ocurrido, ya que quienes han decidido la elección son aquellos que han nacido en democracia, que no vieron ni el fracaso de las políticas de la Unidad Popular ni conocieron la dictadura. Pero, tal vez lo más importante: no vivieron el enorme salto que tuvo el país en los 90. En todos sus indicadores. Desde la pobreza a la escolaridad. En todo.
Se trata de una generación nacida en el Chile moderno, cuyas falencias ya no se podían contrastar con el pasado, sino que se analizaban en sí mismas. Y frente a eso, había que buscar un responsable.
¿Quién fue el responsable?
Toda sociedad requiere encontrar un culpable de sus males. Así ha sido desde que el mundo es mundo. Tradicionalmente, el culpable es el Estado y los políticos de turno: la corrupción, la inoperancia, la ineficacia. Pero en el Chile actual el supuesto culpable es otro: la tríada modelo neoliberal-Constitución del 80-sector privado.
Los males actuales no sindican al Estado como culpable, sino que a las soluciones privadas a los problemas públicos. Así, el caso de las AFP es el más emblemático. En todo el mundo los jubilados legítimamente se quejan de sus pensiones. El responsable en ese mundo es el Estado. En Chile, en cambio, el responsable tiene nombre y apellido. Y domicilio conocido.
Así las cosas, pese a que fácilmente se pueda demostrar que en Chile cualquier parámetro es mejor que el de los países comparables, hay un padre a quien asesinar, hay un responsable a quien culpar. Y esa fue la clave de esta elección.
¿Cómo llegamos a esto?
El cambio generacional juega un rol clave y la existencia de un enemigo a quien crucificar también. Pero es indudable que hay otros elementos que también forman parte del fenómeno. A diferencia de lo que pensaban los Chicago boys, quienes creían que resuelto el problema de la pobreza la desigualdad dejaba de ser un problema, la sensación de privilegios sí jugó un rol clave (algo que paradójicamente Adam Smith ya vislumbra en “La Riqueza de las Naciones”). Con mayor razón si ellos se encontraban radicados en solo 3 de las 345 comunas de Chile y si fueron variados los casos de abusos conocidos. Desde La Polar a Pérez Cruz.
¿Quiénes han sido los protagonistas?
Durante años fueron muchos los intelectuales que advirtieron que una población más educada haría de los países lugares más estables y democracias más consolidadas. La creencia era que ello permitiría a la gente estar a salvo de la manipulación de populismos o de ofertas utópicas. La paradoja es posible verla en los propios constituyentes elegidos. Casi todos, profesionales. Y, sin embargo, muchos de ellos propiciando viejas recetas fracasadas en la historia. Uno, de los muchos ejemplos de ello, es la propuesta de fijar precios, que desde hace exactamente 500 años se conoce el resultado de aquello.
¿Dónde están los modelos en pugna?
En esta elección solo se vio una bandera: cambiar Chile. Las candidaturas de derecha, de centro y de izquierda planteaban —al menos desde la apariencia— prácticamente lo mismo. Para las personas fue indistinguible ver los distintos caminos posibles. Y si la consigna era el cambio radical, la balanza se inclinó hacia los radicales. Aquí radica el principal desafío de la centroderecha y de la centroizquierda de cara a las elecciones que vienen: ser capaces de plantear modelos alternativos en la elección. En los últimos comicios en Madrid, por ejemplo, esos caminos eran claros: libertad versus comunismo. En Chile nada de eso hemos visto, sino más bien quién tiene una idea más novedosa para ordeñar al Estado.
¿Qué esperar?
Este es el momento en el que veremos cómo resisten las instituciones el 8.8. Y de ello dependerán los próximos 30 o 50 años. Si existe voluntad de diálogo, si existe la intención de escribir “la casa común”, si se respeta lo acordado, es posible que —pese a las tensiones que existan— se logre algo razonable. Si ocurre lo contrario, los caminos son variados, pero todos con bajadas pronunciadas. Y algunos con abismos.
Por ahora, tal vez vale la pena recordar a un viejo escritor francés: “El futuro está oculto detrás de las personas que lo hacen”.