Marcel Proust (1871-1922), considerado el escritor más grande del siglo XX gracias al ciclo En busca del tiempo perdido, se ha convertido con el tiempo en un mito difícil de comprender. En honor a la verdad, Proust es ya una industria literaria: no hay día, semana, mes o año en que no tengamos novedades acerca de su persona, nuevas traducciones, aproximaciones inéditas, estudios renovados, cursos universitarios, materia de tesis doctorales y posdoctorales, análisis eruditos o pseudoeruditos, múltiples insistencias que bordean en la majadería de que es nuestro contemporáneo.
Finalmente, en este orden de cosas, existe una forma de paranoia en torno a la homosexualidad de Proust y al hecho del porqué nunca la asumió o bien cuáles fueron las razones por las cuales el genio proustiano que confirió al amor que se profesan personas del mismo género un estatuto literario único, mantuvo sistemáticamente una discreción rayana en la pacatería o hipocresía en cualquier cosa relacionada con su vida privada.
Es en este sentido que debe abordarse El remitente misterioso y otros relatos inéditos, de reciente aparición. El libro ha sido saludado por la crítica como la gran revelación en lo que va corrido de la presente centuria. Y uno tiene derecho a preguntarse: ¿será para tanto? Es una interrogante legítima ya que pocos, quizás ningún autor moderno ha merecido el aparataje de erudición y, forzoso es decirlo, platillos voladores que rodean a la figura de Marcel Proust. Así, lo que se diga o no se diga alrededor de esta leyenda deviene un fenómeno noticioso. Preciso es recordar que hemos tenido diarios, revistas, rotativos con encabezamientos como: “el té de Proust”, “una frase de Proust”, “el cuestionario de Proust”, etcétera. Y más verdadero resulta todavía constatar que la vasta mayoría de las personas, incluyendo a escritores, periodistas, académicos y de un cuanto hay, jamás han leído siquiera una página o media página del monumento legado por Proust.
Puede parecer un tanto perverso o fuera de foco tratar de ser mínimamente adecuados al referirnos a El amante misterioso... Indudablemente, estas nueve piezas, inéditas y concebidas hacia 1898, poseen el inconfundible sello del maestro: frases eternas; puntuación errática; saltos en el tiempo que nos obligan a volver atrás para saber de qué o quiénes se nos está hablando; el recuerdo y su correlato, la memoria, como parte y todo de la narración y muchas otras rarezas que solo merecen el calificativo de proustianas. Sin embargo, calificar esta colección como la gran obra suprema ausente dentro de este gigantesco corpus, constituye una exageración mayúscula. Y al finalizar el volumen, es inevitable plantearse si Proust tuvo la razón al archivar estos escritos para que no los leyera nadie.
De partida, El amante misterioso... viene con un alambicado y por momentos insoportable prólogo de Alan Pauls, aun cuando su versión española sea impecable. Acto seguido, se suman notas, introducciones y aclaraciones de Luc Fraisse que hacen difícil, por momentos imposible, percibir con claridad las historias, pese a que él mismo indica que este título es para el público en general, lo que no solo está lejos de ocurrir, debido a las intercalaciones de Fraisse, cosa que se percibe más que nada en el cuento que da el nombre a esta antología, tan recargado de apuntes marginales que, en ocasiones, transforman a este gran descubrimiento en un galimatías ininteligible. Por último, hay tantas alusiones al editor Bernard de Fallois, que este ejemplar, que pudo haber sido grato, termina siendo decididamente cargante.
Aclarado así el panorama, es indispensable decir que algunas de estas fábulas son bellísimas y anticipan a personajes y situaciones de En busca del tiempo perdido: “Recuerdo de un capitán” conforma una misteriosa y sensual evocación de la carrera militar; “Jacques Lefelde (El extranjero)”, por cierto, sin desenlace, refleja la mezcla entre tristeza y alegría de un joven que todos los días vuelve al mismo lugar; y “En el infierno”, que anticipa a Sodoma y Gomorra, esta vez en clave bíblica, es un diálogo de muertos sobre la homosexualidad. Además, están “Pauline de S.”, que da inicio a la antología, intensa meditación alrededor de la enfermedad, un tema que obsesionaría a Proust a lo largo de su existencia y presente en todos los tomos de En busca...; “El remitente misterioso” que, fuera de rotular esta serie, conforma la confesión de lo inconfesable ante una agonía que nos despoja de todo peso moral, y “Así había amado”, una excepcional parábola alrededor del vínculo entre sufrimiento y felicidad, que anuncia A la sombra de las muchachas en flor y establece la comparación entre el desarrollo de una vocación artística y el vuelo de una paloma mensajera. Así, El amante misterioso... sin ser la octava maravilla del mundo, conforma un presagio del Proust maduro.