Esta semana tuve el privilegio de escuchar a Cayetana Álvarez de Toledo en un encuentro organizado por Libertad y Desarrollo. Con su lucidez y preparación, explicaba que la democracia liberal y constitucional es frágil y que jamás debemos darla por sentada.
Fracasa la sana convivencia, la política y, con ello, la democracia —y para qué decir, nuestra dignidad y libertad— cuando se cultiva lo subjetivo, cuando la mentira se asume como inevitable y cuando esta se bombea en los medios y en las redes, y la hace suya la política, a través de la consigna simplona. Fracasa la democracia cuando lo que inspira a los políticos es la revancha y la ruptura, y cuando en pos de esa revancha se renuncia a analizar profunda y racionalmente los problemas de la sociedad.
Desde el 18-O, se han hecho patentes en Chile varios fenómenos de esos que pueden hacer fracasar la democracia liberal. Nos embarga así un sentimiento de inestabilidad. ¡Y cómo no!
Si al compás de las emociones y la violencia, justificada en los sentimientos, se ha desechado el Estado de Derecho (sin el cual no hay igualdad ante la ley y libertad posible), con las emociones por delante, los problemas de la sociedad se pusieron sobre los hombros de la Constitución, cuando esta no era el problema ni será la solución.
Y así llegamos al proceso constituyente. Para algunos, el solo hecho de estar embarcados en el proceso es una buena noticia; el barco llegó a buen puerto por el solo hecho de haber zarpado.
Discrepo.
Para que ello ocurra (que, reitero, en ningún caso significará la solución de los problemas sociales que aquejan a la población, pues la Constitución no es el instrumento para aquello) no basta zarpar, sino cómo zarpamos, cuál es la tripulación que lo integrará y liderará, cómo estará la marea por la que navegará (si la rodeará o habilitará el tránsito por la deliberación racional), y cuál será el espíritu y relato de sus integrantes y de la sociedad que participará.
De ello depende que la embarcación, en primer lugar, no encalle y, en segundo término, que nos conduzca a un destino razonable, que no sacrifique el camino de prosperidad que hemos recorrido en los últimos 30 años, hoy severamente cuestionado por los autoflagelantes, los victimizados y los que han dejado la racionalidad en la orilla.
Los ciudadanos tenemos un poder enorme para influir en las variables anteriores, aunque nos parezca que no. A veces nos convencemos de que la batalla está perdida y que solo el tiempo devolverá el péndulo a un cauce más racional. Pero no es así.
Somos nosotros quienes elegimos a nuestros representantes, somos nosotros los responsables de dejar de ser espectadores lastimosos y pesimistas, y pasar a la acción, primeramente, con el voto. Si usted no comparte el discurso imperante hoy en la política, flagelante y victimizado, ni el de la retroexcavadora, vaya y vote por personas que estén dispuestas, con valentía, a dejar de vender ilusiones mentirosas, y quieran construir sobre lo obrado que es muy valioso.
Basta simplemente ver lo que sucede en los países vecinos para ver lo increíble que es Chile. Vote por personas que tengan conocimientos para abordar discusiones complejas y que no caigan en el simplismo emocional para abordar los problemas, que no se resuelven con buenismo, sino que se agravan.
Vote por los que no degradan la discusión a niveles de matinal y que nos infantilizan. Vote por los que respetan las reglas del juego y creen que la política y los enormes poderes del Estado deben tener límites para proteger nuestras libertades. Vote por los que tienen el coraje de explicar que los modelos en que prima la libertad son más justos, porque esa libertad reconoce nuestra responsabilidad y dignidad.
Vote por quienes valoran la estabilidad para el progreso y no por quienes permanentemente incitan la revolución y la protesta violenta. Queremos que nuestros hijos vivan en un país de mayores oportunidades, pero ellas no existirán si la violencia y la incerteza campean.
Vote por quienes, respetando la dignidad y libertad de las personas, buscan brindar oportunidades para que ellas surjan por sí mismas, y no por los que nos someten a la dependencia permanente del Estado y su burocracia, y en último término, a la voluntad de los políticos, menos aun cuando quieren que vivamos del Estado, pero le ponen mil trabas a la iniciativa privada, que es la que financia la actividad estatal.
Vote por quienes tengan reales posibilidades de salir elegidos bajo nuestro sistema electoral, no pierda el voto. Nuestro destino está en nuestras manos. Vote; en buena parte, de usted depende.