Hace 35 años años, Martin Scorsese estrenó la segunda parte de una cinta hecha 25 años antes. “El color del dinero” (1986) se convirtió así en un homenaje, una continuación y una reelaboración de lo que Robert Rossen (1908-1966) había hecho en 1961 con “The Hustler”, conocida en Chile como “El audaz”.
Ambas cintas se basaron en novelas homónimas de Walter Tevis (1928-1984), autor norteamericano que volvió a salir a la luz gracias a la serie basada en “The Queen's Gambit”. Lo interesante es que Scorsese y Richard Price, su guionista, decidieron no seguir la propuesta de Tevis como segunda parte, sino imaginar una reconfiguración, o repetición, de la primera. Como si esto no bastara, hicieron la relación entre ambas películas más intrincada al retomar al mismo actor (Paul Newman) para el papel de Fast Eddie Felson. Así, en “El color del dinero” Eddie no solo contiene el pasado, la carga de lo sucedido en “The Hustler”, sino que repite sobre su joven pupilo, Vincent (Tom Cruise), lo que hicieron sobre él. Que sea Newman quien abra el camino de la degradación moral a Vincent, no hace más que complicar el asunto. Recordemos que Newman no solo fue uno de los actores más grandes de su generación, sino que también uno de los más admirados y queridos.
En “The Hustler” puede verse cómo Eddie comienza siendo un jugador de pool brillante, irresponsable, arrogante y algo corrupto, un estafador de poca monta, para ir sumergiéndose, junto con Sarah (Piper Laurie), cada vez más intensamente en un círculo de alcohol, desidia y nihilismo, para terminar derechamente en el infierno. La cinta, en ese sentido, tiene mucho de la atmósfera existencialista de finales de los 50 y todo el ancho de los 60, oprimida por las decepciones de la posguerra, el ascenso de la guerra fría y la amenaza nuclear, entre otras amenazas. En la relación de Eddie y Sarah puede haber algo de erotismo implícito, pero no hay placer ni futuro. Se trata de dos seres demasiado enclaustrados en sus propias heridas como para compartir nada más que cierto vacío existencial. La cinta está elevada por la extraordinaria fotografía de Eugene Schufftan y el enorme talento de Rossen para dar vida a sus personajes secundarios (un fino barómetro para juzgar a un director), pero a las finales es una película triste y desencantada como pocas.
Para Scorsese, veinticinco años después, Eddie ha rehecho su vida. Vive de la venta de whisky en bares, y si bien no es un ciudadano ejemplar, ha dejado de transitar por el infierno. Pero algo del ímpetu autodestructivo no se ha extinguido, porque cuando ve el talento de Vincent para el pool y la ingenuidad con que lo maneja, vuelve a despertar en él el hambre por la “acción”, la carretera y el engaño. Siempre se describe cómo Scorsese filma historias de redención, pero pocas veces se pone énfasis en cuánto invierte en describir, primero, la caída. Sus películas, de hecho, son historias de caídas, que algunas veces se salvan de la tragedia al abrir pequeñas puertas a la redención. “El color del dinero” se trata de la caída de Vincent, Carmen (Mary Elizabeth Mastrantonio) y, especialmente, del propio Eddie.
Quizás porque el contexto cultural era muy distinto 25 años después y de seguro porque el carácter de Scorsese está lejos del de Rossen, “El color del dinero” es menos dura y ascética, y más sensual y fluida, menos Sartre y más rock'n roll. Si bien la cinta debiera sentirse como una tragedia, dada la manera en que Eddie vuelve a tropezar con la misma piedra, Scorsese no logra trasmitirlo del todo. O no se lo propone. Pareciera que Eddie disfruta el viaje, revive, goza de escapar de una vida sin emociones. Vincent, en tanto, se corrompe, pero no llega a los círculos del infierno. En cambio, madura, se hace hombre, un hombre de negocios, ciertamente. En corto, hay ambigüedad, claroscuros, lo que siempre ha sido uno de los puntos de interés de Scorsese.
The Hustler
Dirigida por Robert Rossen. Estados Unidos, 1961.
El color del dinero
Dirigida por Martin Scorsese. Estados Unidos, 1986.